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Opiniones

Evocación surrealista

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Ivelisse prats de perezPOR IVELISSE PRATS RAMÍREZ.-

Alguna vez, un psicólogo intentó que entendiera por qué al evocar el golpe de Estado que derrocó a don Juan aparece una imagen absurda: un pez grande, de metal dorado, que decoraba un bolso enorme, de moda en aquellos días.

La imaginación “loca de la casa” tiene esos devaneos, me dijo, luego me refirió los ensambles entre el olfato, la vista, el oído, con recuerdos que un arome, un paisaje, una nota musical nos reconstruyen.

Pero ese pez no olía, ni sonaba, ni su material tenía nada que ver con el suceso al que se asocia en mi cerebro.

Solo muchos años después, creo haber encontrado, psicólogo a un lado, la relación entre el objeto pez decorativo, y el golpe de Estado que destruyó la democracia que el PRD trajo al país, y que Bosch empezaba a construir.

La frustración, el estupor que nos paralizó ante la noticia fueron cambiando, al pasar las horas, en ira, indignación, rabia.

Deportado don Juan rápidamente, en medio de extremas medidas de seguridad, el país en estado de emergencia, la niebla de confusión y de parálisis se fue disipando; pero todavía pocas resistencias, ni siquiera repudios, se encendían.

Tres maestros dirigentes de la Asociación de Maestros del Distrito, separada de FENAMA por serias diferencias éticas y políticas, se reunieron sacudiendo la atonía en el local de la Dirección del Distrito Educativo de la calle Emilio Prud-Homme.

Darío Solano, Pedro de la Cruz y quien escribe, afanamos en el mimeógrafo que en esa época fungía como único instrumento de copia y multiplicación de documentos, para tirar uno: la primera proclama contra el Golpe de Estado, aun fresquecito, aun goteando soberbia y vesania de aquellos que se resistían al viento democrático que quería redistribuir los panes y la dicha.

Con varios paquetes impresos había que salir a distribuirlos. Darío debía esconderse de inmediato, iban tras él desde hacía meses.

A Pedro y a mí nos tocaba regar la protesta ardorosa, llamando a la solidaridad con don Juan a la lucha ciudadana. Pedro cargó unos fardos en su modesto vehículo. Yo, maestra peatona, debí ponerme en marcha, a pie, para distribuir estos papeles que esperábamos fueran como deben obrar las palabras cuando son verdaderas, cuna de epopeyas, baluarte que se erigiera contra los golpistas.

Andaba ese día con un desmesurado bolso color crema, en el que usualmente metía mis apuntes de clases, tareas de mis alumnas del Instituto Salomé Ureña y uno que otro libro.

La carga pedagógica fue vaciada. En su lugar colocamos las municiones de papel que pensábamos utilizar para incendiar la pradera, demasiado tranquila todavía.

Cargué con la cartera-mochila a duras penas, y emprendí una ruta de zigzag esquivando patrullas callejeras y lugares enemigos. Cuando la carga se fue haciendo menos pesada, me fijé en el adorno que lucía la tapa: ese pez excesivo, grotesco por sus dimensiones, que me pareció boquear, no descifré si su boca se abría para compartir mis empeños o para mostrar desaprobación.

Una sensación rara, un estremecimiento me colocó en ese exacto punto de inflexión donde asumimos que algún ser amado ha muerto, o algo extremadamente valioso hemos perdido, ese saber que no hay remedio, la absoluta desesperanza que nos arroja de repente al vacío.

Ese fue en verdad el efecto que tuvo el derrocamiento del primer gobierno democrático dominicano, después de 31 años de feroz tiranía. Nos empujó hacia el odio después de haber oído a don Juan predicando la paz por encima de todo; nos privó de la solidaridad y la equidad de la Constitución del 63, nos mostró la peor cara de la ambición sin freno, del miedo atroz de unos cuantos a compartir algo de lo mucho que atesoraba su codicia.

Y nos llevó, por senderos tortuosos, a una guerra, que aunque reivindicó principios y soberanía, dejó muchos muertos. Los muertos que Bosch no quería.

La imagen del pez, exagerado, boqueante, representa antitética y complementariamente a la vez dos situaciones: el crimen cometido contra la democracia, sus consecuencias fuertes, entre ellas la degradación del PLD que don Juan fundó en 1973 como su utopía estrellada para superar al PRD, que fundó y lo llevó a la presidencia. ¡Dolor, desencanto, la democracia continúa en peligro!

Pero el pez tiene otra mueca diferente, significante, que suscita una reacción muy distinta. Me recuerda un acto de valor de tres maestros perredeístas, que pese a perder nuestros cargos y ser perseguidos nos enorgullecemos de esa clarinada, que quiso hacer aurora, un 26 de septiembre.

De esos tres, solo quedo yo, viva. Y el pez que desde mis neuronas se asoma como hoy a hacerme gestos en una evocación surrealista.

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