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Opiniones

¡Pero no era blanco!

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ivelisse pratsPOR IVELISSE PRATS RAMÍREZ.-

Escandalosamente, medios de comunicación han difundido el “escándalo”: una película norteamericana presenta un Jesús negro. ¡Que abominable, qué sacrilegio! A Jesús, que conocía profundamente las lacerias humanas, no debe asombrar este rechazo bestial a lo negro, a los negros. Es expresión maldita (y no uso este vocablo casi nunca) de una patología social que rechaza en el color de la piel la diversidad que nos envuelve en diferentes paquetes de apariencias, aunque desde la ética y la solidaridad nos exige la igualdad.

No es la primera vez, por supuesto y mientras campee el neoliberalismo no será la última, que estas crueldades entreveradas con psicosis produzcan tragedias estremecedoras en la historia de la humanidad.

El propio Hijo de Dios fue despreciado por los poderosos de su época.

Hijo de carpintero y de una mujer del pueblo, no se podía aceptar que Su Mensaje fuera verdadero, los sabios no andan por la tierra con túnicas raídas en compañía de pescadores toscos.

Se mofaron de Él, de su doctrina mansa y fuerte a la vez, de su humildad que humillaba la soberbia.

Coronaron de espinas su cabeza, chillaron con humor malsano que era Rey, mientras lo sentenciaron como siervo.

Pero a pesar de incredulidades y burlas, antes, después y siempre, Jesús es Rey en verdad. Su esencia divina, Su Misión salvífi ca y su Resurrección que ofrece eterna esperanza, le otorgan soberanía en cielos y tierra.

Aunque la Biblia está ahí, al alcance de todos/as, con sus lecciones magnifi cas especialmente en el Nuevo Testamento, la historia recoge espantosas narraciones; los judíos masacrados en Auschwitz dejaron una huella sangrienta. Hace poco, menos de un siglo apenas, un hombre enloquecido desde el poder, queriendo más poder, expandió un odio racial amasado de complejos y sadismo: Adolfo Hitler.

El cristiano, que ama y se deja amar, tiene como objetivo de su creencia y de su praxis en el mundo organizar la fi esta alegre y confi ada de la entrega mutua, la celebración eucarística de la fraternidad. Los políticos y las políticas que somos cristianos, hablamos de solidaridad, que es la sinonimia laica de esa hermandad cuyo referente es asumir a los otros como iguales.

Sé que no todo el que dice: “Señor, señor”, cree, mucho menos lee la Biblia. Sé también que junto a ese ejemplo imborrable de Luther King y del triunfo de Obama, la sombra fea del Ku Klux Klan persiguiendo negros se mantiene en Estados Unidos. Viví el horror de que en mi país, donde todos tenemos el negro detrás de la oreja, o en la nariz “chata” que recuerda a la abuela que Guillén reclama “sacar de la cocina”, a Peña Gómez se le cuestionara su ciudadanía y su patriotismo por ser negro.

Habito en un país donde, si no existen ofi cialmente las discriminaciones, asalta en las esquinas el prejuicio, exige en los anuncios clasifi cados una “piel clara” para emplear supuestas camareras y transformarlas luego en meretrices.

Con esa experiencia, me preocupa la posibilidad de que aquí también se proteste porque se nos presenta un Cristo negro desde el cine.

Pido a los dominicanos/as que antes de condenar esa película, consulten la historia, la geografía y la arqueología de la región del mundo donde Jesús nació, vivió, murió y resucitó.

De acuerdo a los testimonios científi cos, esa tierra amarga y árida bendecida por ser patria de Jesús, no estaba poblada por arios. Las cabelleras blondas no abundaban, ni las pupilas zarcas.

Sin embargo, durante más de dos mil años nos han pintado a Jesús, blanco, rubio, de ojos azules.

Trigueño, como decimos los dominicanos, tostado por el sol, con ojos seguramente oscuros, de pelo renegrido, así imagino yo por fuera, a Jesús.

Por dentro, porque así ha de serlo para abarcar en igualdad de amor a todos, de todos los colores, géneros y edades, Jesús es mestizo. Sobre todo ahora, en América Latina, después de Puebla y Medellín, con el Papa Francisco abriendo su corazón a la diversidad.

Dar un tono más subido a la piel de Jesús no invalida la historia, ni la calidad de una película.

Al fi n y al cabo, durante más de dos mil años lo hemos aceptado maquillado, destiñendo su piel y su doctrina sin respetar el fenotipo de sus congéneres, ni la diversidad humana, y sin asumir Su ecumenismo.

Podemos elegir, claro está, la imagen de Jesús que nos plazca, pero ¡Para mí, Jesús no era blanco!

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