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Opiniones

Los mitos y tabúes en nuestra sociedad sobre la sexualidad

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Captura de pantalla 2014-07-07 a la(s) 19.24.15Por Misael Pérez Montero.-

PAÍS VASCO, España.- No me cabe la menor duda que mi postura en relación al tema entra en una total discrepancia en relación a la opinión y ciertos planteamiento de un sin numero de reconocidos actores y protagonistas de nuestra sociedad, cuando intentan plasmar con una teoría ingenua, católica, apostólica y romana, propia de los siglos del oscurantismo; ya superado por el hombre moderno, hacer creer a la opinión publica que en nuestra sociedad, gracias a nuestras “raíces cristiana”, no existen grupos organizados de homosexuales, lesbiana, bisexuales, etc y que llegan al país porque un señor embajador la trajo consigo e intenta propagarla como si de un virus o bacteria se tratase en todo el territorio nacional.

No busco con esta opinión justificar, ni mucho meno parcializarme con una u otra de las partes encontradas, sino más bien procuro aclarar algunos detalles que muchos por lo aprendido en el núcleo familiar o intereses religiosos personales han querido obviar.

Si bien es cierto que nuestra cultura posee unas “raíces cristianas”, según algunas figuras prominentes dominicanas, tampoco es menos cierto que ese “cristianismo” del que tanto hacemos alarde, especialmente si nos conviene, no fue algo que nuestra sociedad desde sus inicio quiso optar por libre albedrío, sino que fue impuesta a capa y espada por un señor llamado colono Español.

Hoy día aquel que impuso las reglas de juego, hace siglos pasados, se ha visto en la necesidad de romperla; para seguir avanzando como estado moderno, entonces porque seguir atado a unos prejuicios religiosos que ya ni siquiera su propio creador las considera importantes.

Debo reconocer que a mi también me costó asimilar, a mi llegada a España hace unos 14 años, que este colectivo estuviera unos derechos el cual eran respetados, como respeta el cura la misa, pero al final esta sociedad terminó dándome una lección. Transformó mi manera de pensar para bien y sobre todas las cosas me enseñó que mi derecho empieza donde termina el del vecino. Si no respetamos y damos los derechos que tales o cuales exigen, tampoco podemos creer que nos serán respetados y dados nuestros derechos.

Acostumbrado estamos a que cuando se viola un derecho, ya sea la libertad de expresión, en salud, en educación, políticos, etc salimos a defendedlo hasta con la vida, así mismo debe ser defendido cualquier derecho ajeno sin importar la índole o causa que le dio origen y de no ser así entonces se viola el sistema de estado de derecho que posee una u otra organización dentro de un estado. Sé que fue, es y será difícil conseguir que algunos grupos en nuestra sociedad rompa con tales tabúes improductivos, pero si queremos que nuestro país sea parte de una sociedad moderna y vanguardista tendremos que empezar, cada individuo de forma individual, a respectar el derecho de cada quien.

Es cierto que nuestra constitución, en relación al código civil, no contempla el matrimonio entre personas de un mismo sexo pero recordemos que esta (nuestra constitución) es un derecho y el derecho como es bien sabido emana de la voluntad, forma y cultura de los pueblos. No digo que sea la voluntad de todos, cuidado….., simplemente planteo que ese todos…. también respecte el poco derecho, si es que lo tiene, que ha ganado esa minoría.

Espero a ser posible, aunque lo veo imposible, seguir en mi empeño de hacerle entender a estos grupos de la sociedad dominicana, entre ellos periodista, políticos, jueces, intelectuales, economistas, militares, policías, etc que cada uno de nosotros, como seres humanos, somos muy distintos respecto el uno del otro. No solo en nuestra sexualidad; también lo somos en nuestros gustos de la vida diaria, en nuestra forma de de ser y de pensar, en nuestras posiciones políticas, en las pasiones , en los deseos, en lo que nos rodea y hasta en la forma de exhalar el aire que nos da la vida.

Análisis a modo de conversación con el Periodista y literato Norberto Azor.

Afortunadamente son cada vez más las iglesias que se muestran favorables al reconocimiento de la dignidad de la comunidad (LGTB) y muchas se han pronunciado a favor de la celebración de las uniones entre personas del mismo sexo.

Entre ellas las iglesias protestantes llevan la voz cantante donde encontramos a los episcopalianos, quienes nombraron en 2005 a Gene Robinson como su primer obispo abiertamente homosexual en EEUU; la Iglesia Anglicana canadiense que bendice los matrimonios homosexuales, y hemos visto como hace tan sólo unos días la cabeza principal de la Iglesia Anglicana, la Reina Isabel II de Inglaterra, proclamaba el derecho de los homosexuales a contraer matrimonio en Reino Unido, después de haber sido aprobada la ley por la Cámara de los Comunes.

Los luteranos, presbiterianos y la Iglesia Evangélica Española han renunciado a los prejuicios y la discriminación de la comunidad (LGTB). Incluso ramas liberales de los cuáqueros y los mormones aceptan la homosexualidad con naturalidad. Dentro de estos últimos existe una rama denominada Iglesia de Jesucristo de la Restauración en la que conviven gays, lesbianas, bisexuales y transexuales en plena igualdad, sin discriminación y en donde las mujeres también pueden llegar a ejercer el sacerdocio en igualdad de condiciones que los hombres.

El Papa Francisco acaba de pronunciarse tibiamente a favor de la comunidad (LGTB) en unas declaraciones sin precedentes al decir que si los homosexuales son buenas personas quién es él para juzgarles, adoptando así la verdadera postura cristiana de amar al prójimo por sobre todas las cosas.

Una posición que contrasta con la que han estado aplicando los miembros de la curia en la República Dominicana y allí donde se encuentra asentada la Iglesia católica, y en los lugares donde crece el radicalismo de algunas iglesias protestantes; radicalismo que debemos evitar a toda costa en nuestro país para así alejarnos de los desgraciados ejemplos que nos presenta a diario Rusia con las crecientes persecuciones, vejaciones y asesinatos de jóvenes homosexuales, masacrados con la impunidad que les da a los grupos de extrema derecha las leyes antigay promulgadas por el gobierno de Vladimir Putin; el recrudecimiento del discurso de algunos mandatarios africanos que alientan la ejecución de crímenes de odio, y la reiteración de episodios deleznables de masacres de personas transgénero en algunos países de América Latina.

Lo cierto es que el reconocimiento y el respeto de los (DDHH) es una labor de todos y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas. Los gobiernos tienen la obligación de defender la dignidad de los suyos y las confesiones religiosas deben abandonar el discurso del odio para poder aplicar realmente aquello de lo que se jactan, procurando ubicarse en el terreno de lo divino y dejando a los gobiernos los asuntos terrenales.

La sociedad dominicana ha demostrado una gran madurez al no sumarse a las peticiones de estos grupos religiosos y al empezar a transitar por el camino de la tolerancia que lleva al reconocimiento de la igualdad de derechos. Ahora toca a los políticos mover ficha y plantar cara a los que quieren marginar a una parte importante de la sociedad. República Dominicana va por el buen camino, aunque muy lentamente, pero es claro que llegará muy pronto al final con un buen resultado.

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