Cennect with us

Opiniones

La retórica del perdón

Publicado

en

Por Manolo Pichardo.-

La retórica política es, muchas veces, un amasijo de antifaces, de palabras que buscan llenar de humo el proscenio; es la cortina entre las cortinas que tiene como objetivo desdibujar los actos para hacerlos más amigables y apetecibles, como si se ofertara, por su apariencia, una deliciosa barra de chocolate que en realidad se elaboró con la materia prima que escupen las malas artes que se nutren de los instintos más bajos y abyectos que invaden la cada vez más vasta fauna de depredadores políticos.

Estos especímenes, que siendo extraños contaminan todo, avanzan de forma natural, sin forzar sus pasos; simulando, en una expresión de artesanía teatral, una conducta nívea o transparente que les sirve para engatusar y, por lo tanto, convencer a incautos sin capacidad para descifrar vulgares estratagemas que procuran despertar el aplauso del cretino que guía sus pasos bajo la orientación de la primitiva adrenalina que protegió al Homo habilis de las amenazas del mundo salvaje, pero que no le es útil para el blindaje de las batallas que, en el plano del conocimiento, se escenifican en la comunidad del Homo sapiens.

Joaquín Balaguer, auto definido como cortesano de la Era de Trujillo, que por complicidad u omisión, cargó sobre sus hombros con el río de sangre que necesitó el dictador para emprender su proceso de acumulación originaria de capital; que por responsabilidad directa encabezó un régimen de fuerza que, bajo el amparo de simulacros electorales, emuló el estilo represivo del sátrapa en el que se perseguían, exiliaban, torturaban y asesinaban a sus opositores, trató de seducir al electorado durante la campaña que desembocó en los comicios de 1966, con el eslogan: “Joaquín Balaguer es la paz”.La retórica de la paz ha sido usada a lo largo de la historia para justificar las acciones humanas más violentas. Sobre los rieles de ésta se ha despertado el odio contra líderes señalados como enemigos de sus pueblos, o enemigos de la propia humanidad para justificar guerras que simulan la eliminación de estos individuos en aras de imponer la armonía entre los pueblo y la convivencia pacífica, cuando la única y verdadera intención es el hurto, o la puesta en marcha de estrategias geopolíticas de dominación cuya naturaleza se ancla en la búsqueda de riquezas.

Pero volviendo al patio y asomando este artículo a un episodio político fresco, tan fresco que no supera esta semana, me quiero referir a la artesanal simulación que, en un eslabón más, mostró su “destalantado” talante retórico embutido en una faz de perdón: siembro el terror con mis ángeles de la muerte en nocturnos aquelarres que atribuyo a mis contrarios, y durante el día me exhibo por las calles repletas de anencefálicos derrochado perdón, anunciando el perdón, llamando al perdón; regalando ataúdes, consolando viudas y huérfanos; padres, madres y hermanos desconsolados.

El pueblillo aplaude, Macondo grita y delira mientras el telepronter, que no evita pronunciaciones que “descastizan” palabras y aguanta el estupro de convertir un año en seis para agigantar cifras, pierde la capacidad para estropear el orgasmo que el ruido provocado por manos que se baten entre ellas hasta despedazarse, acelera. El “viva la República Dominicana” parece el punto final para la retórica de la paz perdida en aquella voz de mil faces, pero no es así, el discurso dejó ver señales que apuntan al punto y seguido.

Publicidad