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Opiniones

Día Mundial del Agua: La guerra por el agua viene si no cambiamos

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Por Ing. Héctor Rodríguez Pimentel.-

De nuevo nos sorprende el #DiaMundialDelAgua sin una ley moderna en este campo, la legislación actual data de 60 años atrás, y el proyecto de ley de aguas que sometimos en nuestra gestión al frente del INDRHI, duerme por más de 15 años en las gavetas del Congreso Nacional, su aprobación es básica para avanzar en materia de agua en la República Dominicana.

Hoy 22 de marzo se celebra el Día Mundial del Agua, y por considerarlo de interés reproducimos este artículo contenido en nuestro libro “El agua, eje del desarrollo sostenible”, de reciente publicación, para llamar la atención sobre la necesidad de prestar atención a la problemática del agua, que parece no interesarle a muchos en República Dominicana.

Se afirma ya que la próxima guerra mundial será la guerra por el agua. La famosa revista Fortune expresó en una de sus recientes ediciones que: el agua promete ser en el siglo XXl lo que fue el petróleo para el siglo XX, el bien precioso que determina la riqueza de las naciones.

Pocos se han percatado, al parecer, de que los organismos internacionales que tienen que ver con este recurso, empezando por las Naciones Unidas, han previsto para el 2025, a más tardar, la ocurrencia de graves conflictos internos dentro de las naciones, y entre naciones, principalmente en aquellas que comparten aguas transfronterizas, y se habla incluso de que la próxima conflagración bélica mundial se producirá por el recurso agua.

En el futuro, continuando con las proyecciones, las guerras ya no serán por territorios, como se daban en el pasado, como cuando Napoleón quería conquistar más tierras para Francia; como las que ocurren en el Medio Oriente, que se originan por el petróleo, o por diferencias religiosas; sino que los conflictos serán provocados por el agua, pues este será, indudablemente, el bien económico y social más importante de siglo XXI, no porque no lo haya sido en el pasado, sino porque este se hace cada vez más escaso y lamentablemente ahora es que el mundo está despertando y descubriendo la necesidad de enfrentar con seriedad esta acuciante y compleja problemática. Desafortunadamente en República Dominicana parece que aun se sigue durmiendo el sueño eterno de los justos.

Cuando podamos implementar una política de agua eficiente y tengamos un plan de inversión claro y definido, para el corto, mediano y largo plazos, entonces podremos decir: ¡benditos y bienvenidos sean los ciclones y tormentas, porque ellos son los que nos traen el 60 por ciento de las lluvias! Esto en razón de que las infraestructuras hidráulicas que tendríamos no permitirían que su furia nos haga daño, entre ellas presas y reservorios suficientes para almacenar las aguas que ellos nos viertan.

Si en vez de depósitos para 2 mil 500 millones de metros cúbicos el país tuviera espacio para almacenar 6 mil millones de metros cúbicos de agua se tendría menos pérdidas de cosechas por las sequias, más generación de energía barata y sin contaminación en las hidroeléctricas, más proteínas para la gente a través de la pesca, mejores acueductos y mejores cuentas nacionales; y la furia de los huracanes no dejarían la secuela de pérdidas humanas y materiales en cada ocasión que azoten el territorio.
A pesar del sombrío y preocupante panorama que se ha descrito, se mantiene la esperanza y la firme convicción de que en poco tiempo se habrá de tener aprobada la Ley de Aguas y el Plan Hidrológico Nacional, enunciados aquí, y entonces será el momento de emprender una ruta segura hacia el desarrollo, no solo porque se duplicarían los volúmenes de agua disponibles para todos los usos y se mitigaría sensiblemente el impacto de las inundaciones en varias regiones del país, sino que esta base programática con carácter de política de Estado, facilitaría su continuidad en el tiempo, independiente de los gobiernos de turno.

Con esta mira, y a modo de ejemplo, cuando sea construida la presa de Montegrande, se mitigarían sustancialmente los problemas de inundaciones que generan las lluvias en la parte baja de la cuenca del río Yaque del Sur, especialmente en Barahona, Jaquimeyes, Palo Alto y zonas aledañas, debido a que la presa de Sabana Yegua, única existente sobre ese río con una capacidad de almacenamiento de alrededor de 350 millones de metros cúbicos, ya no es suficiente para contener las agresivas avenidas de ese caudaloso río.

Lo mismo ocurriría con la región del Bajo Yuna si se construye la presa de Guaiguí, en La Vega, que al regular el río Camú, vendría a mitigar considerablemente las periódicas inundaciones y a suplir de agua potable la ciudad de La Vega, que en la actualidad carece de un acueducto adecuado a sus necesidades, al tiempo de suministrar el agua a los abundantes predios agrícolas. A partir de entonces, todo el sistema de bombeo y de los pozos que existen en esas zonas, serían sustituidos por canales y tuberías de riego modernos.

Un informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) proyecta que veinticinco países, sobre todo africanos, no tendrán en el 2025 agua suficiente para satisfacer sus necesidades, y por si esto fuera poco, también informa que la población mundial podría aumentar desde 6,100 millones en el 2000 hasta al menos 8,200 millones en el 2050. En la actualidad se estima que 1,200 millones de personas beben agua contaminada y 2,500 millones carecen de baños para asearse y de adecuados sistemas de alcantarillado.

A escala mundial se estima que el agua para riego agropecuario es de, al menos, el 70% del agua de ríos y acuíferos, y en mayor o menor volumen, las pérdidas son inmensas en este renglón. Entre el 60 y el 70% de esa agua no llega a las raíces de las plantas por la evaporación y fugas que se experimentan en las tuberías, canales y embalses. El mayor río de China, el Amarillo, se está secando, y desde el 1985 ya no llega al mar. Los otrora importantes ríos Nilo, Ganges y Colorado apenas alcanzan el mar en la estación de sequía.

En República Dominicana la situación es similar o más grave en algunos casos, a pesar de haber sido bendecida con una gran cantidad de ríos, aun cuando su extensión territorial es limitada. La mayoría de los ríos del país están muy mermados por los efectos de la deforestación de que han sido objeto sus cuencas altas, y de la contaminación y sedimentación progresivas a que están siendo sometidos por la vía del vertido de las aguas residuales de las ciudades circundantes y del “conuquismo” y la ganadería de laderas y montañas.

Ya la competencia por el uso del agua se experimenta con crudeza en la mayoría de las regiones, sobre todo en las del Norte y Sur, que es donde hay más agricultura de riego.

En la presa de Tavera, ubicada en el Cibao Central, y que fue construida hace más de 40 años sobre el más caudaloso río del país, el Yaque del Norte, ya el agua almacenada no es suficiente para las funciones que tiene de ofrecer agua potable a los acueductos de Santiago y Moca, producir energía y al mismo tiempo irrigar el fértil valle de la Línea Noroeste contenido en las provincias Valverde y Montecristi.

Los cultivos de arroz y banano se van haciendo cada vez menos rentables y las peleas entre agricultores por los turnos de agua son cada vez más frecuentes en esa zona. El 78% de todas las aguas producidas en la región es consumido por sistemas de riego obsoletos basados en la gravedad y anegación con canales de tierra en su mayoría. Esta fuente tiene una disponibilidad de 3,133 millones de metros cúbicos de agua, pero la demanda del líquido ronda los 3, 732 millones de metros cúbicos, para un déficit cada año de unos 599 millones de metros cúbicos, lo que indica que la zona ya está sometida a una fuerte presión hídrica que de continuar podría producir, no solo una catástrofe social y económica por la disminución de la producción, sino también fuertes tensiones sociales que conducirían a confrontaciones entre los usuarios del agua.

En Montecristi y Mao, que son dos baluartes en la producción de arroz y banano para exportación, la salinización de las tierras es ya crónica, y la falta de agua ha provocado que varias zafras de producción no hayan podido realizarse, y no precisamente en tiempos de sequía sino todo el año. La incertidumbre de si habrá agua suficiente para embarcarse en la siembra embarga a los productores. Similar situación se verifica en la zona Sur del país, aunque con menor dramatismo por tener una agricultura menos intensa.

Se hace más que urgente revertir esos niveles de gravedad en el suministro y uso del agua en estas zonas. La inversión para regenerar suelos, construir embalses y reformar los sistemas de riego son prioritarios para evitar que siga agravándose la situación. Los esfuerzos deberán estar encaminados a aumentar la capacidad de almacenamiento de agua y a eficientizar los sistemas de riego.

La construcción de las presas sobre los ríos Ámina y Guayubín en el Norte deben tener prioridad, y en el Sur la presa de Montegrande. Asimismo, la sustitución gradual de los sistemas de riego de anegación por sistemas presurizados y los canales obsoletos por tuberías de conducción de agua.

Si no aumentamos ahora la oferta de agua en República Dominicana, podría ocurrir que dentro de veinte o veinticinco años, cuando la población sea casi el doble de lo que es ahora, y las tierras incorporadas a la producción se incrementen considerablemente, se tenga entonces que crear policías especiales para vigilar las fuentes de agua y arbitrar las múltiples confrontaciones sociales que se tendrían por los turnos de agua y hasta por el agua potable para beber. Porque resulta que el agua dulce que cae del cielo en forma de lluvia, que es la única con que se cuenta, aparte del agua salada de los mares, lagos y lagunas, es más o menos constante, es decir, cae aproximadamente la misma cantidad cada año, mientras que la demanda es elástica por el crecimiento de la población, las ciudades, la industria, el turismo y los cultivos por la necesidad de más alimentos.

El reto que se tiene por delante es serio, como serio es el deber de enfrentarlo ahora sin dilación, pues la situación no resiste ya más demora. Demasiado tiempo se ha estado en un letargo irresponsable. Hay que evitar que la guerra por el agua se desate, pues una vez en ella será más difícil encontrar la paz de la que hasta ahora precariamente se disfruta.

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