Opiniones
“El planazo del haitianito”

Por Emiliano Reyes Espejo (*)
([email protected])
El intenso sol quemaba la piel de los braceros sin que estos, dominicanos y haitianos, se resintieron mientras agotaban duras faenas en extensos cañaverales del ingenio Barahona, para entonces propiedad de la empresa norteamericana The Barahona Company Inc.
El corte de caña bajo la furia del sol era parte de la cotidianidad impuesta a los braceros por el oráculo de la sobrevivencia.
Aquel día de pleno verano en el Sur Profundo, el sol pareció acercarse a apenas metros de la tierra ardiente. Los braceros se integraron temprano a sus labores, cuando se iniciaba la madrugada, para así aprovechar al máximo el fresco de la mañana. Esto se hacía con un solo propósito, lograr que los braceros pudieran cortar la mayor cantidad de caña para que el ingenio la pesara por toneladas y les pagaba míseros jornales, reducidos por los engaños en el pesaje. En tanto, el reloj del sol rayaba a las once de la mañana.
Los trabajadores de aquellos predios apenas ingieren café en las primeras horas del día. Los otros optan por engullir alimentos que llevaban en macutos y otros envases, especialmente en el caso de los dominicanos. Los haitianos, empero, solían apelar a panes de agua, refrescos rojos y bombones, a los cuales, muchas veces, acompañaban con suculentos guarapos de caña.
La historia del ingenio
Los rayos solares caían como destellos de líneas de fuego imperceptibles, pero quemantes. El abundante sol no sólo curtía los cuerpos de los picadores de caña, sino que daba lugar a que estos, fornidos a fuerza de la misma naturaleza del trabajo, resistieron heridas invisibles que les eran causadas por las filosas hojas de las cañas. Algo que previó a leguas el poeta:
“Hay un país en el mundo
Colocado
en el mismo trayecto del sol.
Oriundo de la noche
colocado
en un inverosímil archipiélago
de azúcar y de alcohol (Pedro Mir)”.
Los datos históricos dan cuenta que el ingenio Barahona fue fundado el 4 de junio de 1917, fecha que según historiadores locales, “marca el nacimiento jurídico del Batey Central”. “Ese día-agregan-ante el notario público de la comuna de Barahona, señor Eugenio Matos, se formalizó el contrato de arrendamiento y promesa de venta de los terrenos ejidos sobre los cuales se asentará el Batey Central”.
Cuentan que “dicho contrato fue suscrito entre el Ayuntamiento de Barahona, representado por su síndico, señor Luis Felipe Peguero, y la empresa The Barahona Company Inc., representada por su abogado, el señor Frank H. Vedder”. “Esta autorización –subrayan- permitió que dichos terrenos pudieran ser arrendados legalmente a The Barahona Company Inc.”.
Mejor expresado, esa operación dio origen al vasto emporio agroindustrial llamado entonces Ingenio Barahona, el cual terminó engullendo las mejores tierras de producción agrícola de toda la región, al tiempo que sumió a miles de agricultores y toda una región en una impenitente miseria.
“Decid al viento los apellidos
de los ladrones y las cavernas
y abrid los ojos donde un desastre
los campesinos no tienen tierra (Pedro Mir)”.
Asentamientos de haitianos
Pasados los años, los habitantes de Barahona, sus municipios y comunidades adyacentes; también, Neyba, Tamayo y los bateyes o asentamientos de haitianos que surgieron propiciados por esta mega empresa, se preguntan ¿de qué les ha servido esta agroindustria a la región? ¿Ha contribuido con su progreso, ha tomado iniciativas para impulsar la educación, la tecnología y el desarrollo agroindustrial, empresarial (pequeñas y medianas empresas) de la región, en sentido general?
La juventud de la zona no tenía alternativa y fue por eso, entonces, que muchos jóvenes agricultores de pequeñas comunidades ubicadas en la influencia del ingenio –que dominaba casi todo el suroeste- se vieron forzados a realizar distintos trabajos en los predios cañeros, básicamente en el corte de la caña. Las tierras que les pudieron ser asignadas a estos para labores agrícolas, fueron apropiadas por la compañía norteamericana para destinarlas a la siembra de caña para la producción de azúcar.
“Miro un brusco tropel de raíles
son del ingenio
sus soportes de verde aborigen
son del ingenio
y las mansas montañas de origen
son del ingenio
y la caña y la yerba y el mimbre
son del ingenio
y los muelles y el agua y el liquen
son del ingenio
y el camino y sus dos cicatrices
son del ingenio
y los pueblos pequeños y vírgenes
son del ingenio” (Hay un país en el mundo-Pedro Mir).
Los arrayanos
Desde entonces esta compañía, todavía en manos extranjeras (ahora de inversionistas de capitales de origen centroamericano) ejerce una especie de poder fáctico en la región. Los gobiernos de turno incluyendo al del generalísimo Trujillo permitieron a esta corporación azucarera contratar miles de nacionales haitianos, a los cuales integró como braceros en el corte de la caña. Estos trabajadores fueron asentados en pequeños poblados que con el tiempo se han convertido en guetos habitados por estos extranjeros y por dominicanos, dando lugar a la aparición de un ciudadano que la población ha bautizado como “arrayano”, los cuales son hijos procreados por dominicanos con haitianas, y viceversa.
Aparte del respaldo que esta compañía recibía del ejército y la policía, la misma creó su propia fuerza de control y orden para dominio en los cañaverales, los llamados mayordomos, guarda campestres y otras denominaciones. La autoridad era aplicada por la compañía para reprimir a sus trabajadores y obligarlos a la disciplina que le era impuesta en la tarea laboral.
Va a pasar algo aquí
En esa mañana el sol abrasador presagió la ocurrencia de hechos lamentables. Los habitantes de la zona creen mucho en cábalas, brujerías, vacases y demonios. Si tan siquiera una nube se torna un poco rara, de un color gris oscuro y figuras extrañas, les da motivo para presagiar desgracias:
-“El sol se puso así el día que mataron a Luis Pablito… -Mira como está ese sol, eso es algo que va a pasar ¿Qué irá a pasar ahora?
Dicho y hecho, así fue. El sol se asomó ese día con un calor insoportable, pareció un mar de brasas ardientes que caía del cielo; estuvo tan candente que los braceros acostumbrados a absolver esos efluvios solares, se vieron obligados a detener momentáneamente su faena de corte de caña para beber un poco agua de la que llevaban en envases rústicos, algunos hechos de güiros. Aprovecharon, además, para tomarse un pequeño respiro.
Como a la hora, es más, no pasaron treinta minutos cuando el reloj marcó las 12 del mediodía y una nube gris se asomó en el amplio cielo, ensombreciendo todo y presagiando la caída de lluvias. Pero un grito seco, redundante, se escuchó el cañaveral, en un dialecto que pareció mitad patois y mitad español, aquello estremeció el cañar y retumbó en el extenso espacio. La voz fuerte del obrero haitiano se explaya entre sus compatriotas:
–¡Vini paleo! ¡Vini tout mount!, gritó a todo pulmón.
-¡Vini paleo, vini tout mount! ¡Dominiken touye ayisyen! ¡Dominiken maté haitiane, viní paleo, vini paleo!
Los haitianos se agolparon en torno al bracero que yacía tendido en el pajal de hojas secas de las cañas. Se desangraba por las profundas heridas por armas blancas. Blandieron sus filosas mochas, machetes y cuchillos mientras culpaban a los braceros dominicanos.
–¡Dominiken dei diable! ¡Dominiken dei diable, nosotre pa’ maté!, gritaron los haitianos mientras agitaban armas y proclamaron venganza.
La trifulca
Momentos antes, jóvenes procedentes de los poblados de Monserrate y Tamayo entablaron una reyerta con estos braceros haitianos, Se habían sumado al corte de caña en cañaverales del ingenio Barahona en el Batey Seis y allí sostuvieron esta pelea. Entre estos estaba mi padre Eloy, sus hermanos Silvestre, Cornelio, Eligio, Víctor y otros parroquianos. Relató mi padre que aunque trataron de llevarse bien con los extranjeros, no hubo forma y surgieron las diferencias que llegaron hasta la reyerta. Se vieron obligados a enfrentar la trulla haitiana y libraron una recia pelea con los dos bandos armados de mochas y machetes.
En la trifulca, tío Eligio, hombre ducho en el manejo del machete como arma de defensa, se enfrascó en un pleito cuerpo a cuerpo con uno de los braceros haitianos, hiriendo a éste de gravedad. Al ver a su compatriota tirado en el suelo, los haitianos se agruparon e iniciaron sus ataques contra los dominicanos, los cuales para defenderse se formaron en forma de círculo como forma de evitar ser atacados por la espalda.
Los lances de mochazos y machetazos se multiplicaron. Los dominicanos se defendieron ferozmente, a la vez que se retiraban hacia la orilla de un canal de irrigación para lanzarse y protegerse de los ataques.
El planazo
En medio de la tensa situación llegó al lugar, montados en briosos caballos, un grupo de mayordomos y guarda campestres del ingenio, quienes, apuntando a los haitianos con sus escopetas y revólveres, los obligaron a detener la arremetida.
Los guardas campestres, que eran los llamados a sostener la autoridad y preservar el orden en los cañaverales, lograron que los extranjeros pararan su ofensiva. Asimismo, estos dieron instrucciones para que llevaran a un centro médico a curar el herido, mientras prometieron apresar al dominicano para conducirlo a la cárcel de Neyba para que allí sea juzgado en los tribunales. La condición que le hicieron fue que, primero, ellos tenían que calmarse.
La conversación fluyó. Los haitianos acogieron la petición y eso dio lugar a que una tensa tranquilidad se asomara al lugar. Mientras eso ocurría, un mozalbete haitiano, con apenas unos 12 años, pero con la fuerza de un hombre, se deslizó entre sus compatriotas y sigilosamente se abalanzó sobre mi padre, a quien asestó un fuerte planazo en el hombro izquierdo.
Ocurrido este hecho los integrantes del equipo de guardas campestres y mayordomos comenzaron a disparar con sus escopetas de cartuchos contra los haitianos. Hirieron a algunos, mientras los otros emprendieron la huida de forma despavorida.
-“Creí que me había cortado el hombro”, dijo Eloy. Me dio un planazo con una mocha filosa. Si me hubiera dado con el filo, se me lleva el brazo con todo”, relató.
-“Yo vi que ese niño se iba acercando, pero como era un mocito, no le puse mucha atención. No creí que fuera a atacarme, ni que tuviera tanta fuerza”, agregó.
Pese a que se trató con médicos durante largos años, mi padre sufrió toda su vida de un fuerte dolor en su hombro izquierdo, lo que dijo ocurría cada vez que las nubes se asomaban para anunciar aguaceros. El dolor de este planazo lo llevó hasta el día de su muerte. In Memoriam a mi padre, a mis tíos y demás acompañantes.
(*) El autor es periodista.
