Opiniones
La humildad del papa y Mujica frente al aplauso hipócrita

Petra Saviñón.-
Jorge Mario Bergolio, papa Francisco, para marca de identificación en el mundo entero, vivió su pontificado de forma modesta y activa.
Abrazado a las cosas simples, que suelen ser esenciales y hermosas, trabajó efusivo, entusiasta, reunió a líderes de otras religiones abrahámicas y fuera de ese radio. Amansó la ira entre doctrinas tan cercanas como la Católica Romana y la Oriental, con una relación cercenada por mil años.
Su discurso directo sobre temas polémicos, lancinantes, le atrajeron respeto incluso de sectores adversos a su iglesia y aunque causó ronchas entre los de su grey, igual la admiración estuvo manifiesta.
Así, con su paso firme y sencillo por un mundo convulso, egoísta e inseguro, estampó un sello que podría perdurar o perderse en unos días, cuando su recuerdo empiece a difuminarse
Lo cierto es que por ahora está la euforia que mantiene en alto ese valor escaso de la humildad, la autenticidad.
En la otra esquina le sonríe José Mujica, el Pepe que igual desafió un sistema elitista, ladrón de principios, que sentó el precedente de la sencillez en el sillón presidencial.
Transitaba en su viejo cepillo y todos lo elogiaban, iba a hospitales públicos y la mar de contentura por ese gesto que lo acercaba a la gente desarrapada, desfavorecida por las mismas autoridades que deben protegerla.
Cuánta tinta corrió sobre su estilo de vida poco convencional para el cargo. Alabanzas escritas, orales. Ojo, no siempre sinceras y menos sus autores practicar esas virtudes que ensalzaban.
Da pena y voluntad de reír escuchar, leer a personas que elogian al papa y a Mujica, que destacan sus valores y que en su modus vivendi hacen lo inverso.
Seres que desde que alcanzan un mayor estatus económico salen del lugar en el que nacieron y crecieron o al que llegaron grandes en el caso de los que cambian de sitio para estudiar. Mas, echaron raíces allí.
En algunos casos, ni siquiera hay gran cambio en las finanzas, solo el roce con otra clase social que impulsa a salir más rápido que de carrera de esa zona, ya no confortable, aunque implique dejar la mitad del sueldo en alquiler o pago de préstamo hipotecario.
Lo mayor es que hasta estimulan a otros a hacerlo, porque entienden es lo correcto, es lo acorde con su nuevo patrón de vida, porque hay que progresar, dejar el atraso atrás.
A veces la excusa es que los hijos van a un centro educativo de prestigio y ya no es conveniente seguir en ese lugar.
Esos mismos son los que gastan tinta y cansan su voz en elogios a las personas de puestos importantes que mantienen la sencillez por deseo, por voluntad. Elogios dan a esa actitud pero patean al prójimo privado de bienes, de bonanza, aunque incluso antes fuesen compañeros de infortunio.
¡No sea pendejo!
