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Opiniones

 Dío Astacio y la política que renueva la fe del pueblo

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Por Milton Olivo (*)

Vivimos tiempos complejos. La ciudadanía, reclama líderes que no solo hablen de cambio, sino que lo encarnen con hechos, principios y visión. En ese contexto, la figura del pastor y alcalde Dío Astacio, desde su gestión en La Costa del Faro, Santo Domingo Este, se ha convertido en una referencia luminosa dentro del escenario político nacional.

Su liderazgo no es casual ni improvisado. Astacio representa una convergencia poco frecuente entre fe, preparación y acción concreta. Es un servidor que viene del pueblo, que entiende el dolor de su gente y que ha demostrado que se puede gobernar con honestidad, con empatía y con resultados visibles.

Bajo su administración, La Costa del Faro, Santo Domingo Este, ha experimentado una transformación que va más allá de las estadísticas: es una transformación que se siente en el rostro de la gente, en el ánimo de los comerciantes, en la esperanza de los jóvenes. Recuperación de espacios públicos, mejoría en los servicios básicos, pero también una cercanía con la comunidad que devuelve la confianza en el poder local.

Lo que Dío Astacio está haciendo tiene una trascendencia que excede los límites geográficos de su demarcación. Es un modelo que demuestra que sí se puede: que se puede gobernar con valores cristianos sin caer en dogmatismos, que se puede administrar con eficiencia sin dejar de ser humano, que se puede conectar con el pueblo sin populismo, y que la política no tiene por qué ser sinónimo de corrupción.

En un país donde tantas veces la política ha sido reducida a un ejercicio de intereses particulares, ver surgir líderes como Dío Astacio es motivo de esperanza, pero también una llamada al compromiso.

Desde mi visión como dominicano profundamente convencido de que el desarrollo nacional pasa por rescatar el valor de la política bien hecha, veo en la gestión de Dío Astacio un espejo de lo que debería replicarse a nivel nacional: una política basada en principios, con un norte ético y un profundo compromiso con el bienestar colectivo.

No es casual que su figura esté generando tanto respeto. En cada paso que da, deja claro que su norte no es personalista, sino colectivo. Y eso, en política, es revolucionario.

Como ciudadano, como profesional, y como político con vocación de servicio, asumo como propio el desafío de multiplicar esta visión. Creo en una República Dominicana que recupere su grandeza, donde el desarrollo no sea privilegio de unos pocos, sino derecho de todos. Una nación que produzca, que se eduque, que se respete a sí misma y a su gente.

Y para eso, se necesita una nueva generación de liderazgo, con raíces morales, con formación y con compromiso. Líderes como Dío Astacio.

Mi admiración y respaldo a su gestión no nace de un cálculo político, sino de una convicción profunda: cuando lo correcto se hace bien, rinde frutos. Y cuando un líder transforma desde el ejemplo, merece no solo nuestro respeto, sino nuestra acción.

El país está lleno de talento, de fe, de gente buena. Lo que necesitamos es una política que se ponga a la altura de ese pueblo. Y en esa ruta, iniciada por Luis Abinader,  estoy convencido de que el cambio verdadero no solo es posible, sino urgente.

(*) El autor es escritor, político nacionalista, y defensor de un modelo de desarrollo productivo, ético y soberano para la República Dominicana.