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EL DÍA DE LA RESTAURACIÓN Y MI VISITA AL ALTAR DE LA PATRIA

POR DANIEL EFRAÍN RAIMUNDO.-

«Quiera el cielo que sean pocos los que continúen vueltos de espaldas a la patria».  José Martí

SANTO DOMINGO.-  Ayer me di cuenta de que las cosas en este país han cambiado diametralmente en materia de celebraciones patrias. Flanqueaba el frontispicio del pabellón de los Restauradores y los Independentistas. Pensé que allí encontraría aquellos que se rasgan su vestidura por defender a la pacotilla de Patria que tienen. Ninguno de esos sinsontes con espuelas apareció en una cita tan importante con la Patria. Se fueron a realizar su Rebú en suelo de la Provincia Espaillat donde no pudieron reunir ni 100 mil personas. Si no hay billetes ellos no celebran nada. Sólo funcionarios del gobierno van a esas gestas patrias.

Llegamos bien temprano al Altar de la Patria. Observamos que a lo largo de las horas sólo algunos dominicanos de buena cepa habían llegado allí a rendir honores a los Próceres de la República. El Parque Independencia, limpio, adornado bajo un azul luminoso en un atardecer caliente en el centro y corazón de la ciudad Romántica. El Piloto, Eddy Rincón no estaba haciendo esquinas como solía hacer todas las tardes en ese monumento al recuerdo. Extranjeros turistas, dominicanos de la vieja guardia hacían cita para poder entrar al mausoleo donde se guardan los restos de los padres de la Patria. Reverencia y respeto se sentía ante esta plaza histórica que tantos recuerdos traían de sucesos redentores que desde el trabucazo de Mella hasta la instauración de  la República con la Restauración. Recordar los hechos de los Cascos Blancos dirigido por Francisco Alberto Caamaño Deñó y ver también allí su busto fuera del Altar de la Patria rememorando esos acontecimientos y los de Palma Sola. Fue en verdad una experiencia vivida por muchos dominicanos que estaban en la tranquilidad de esa encina que se ha convertido en el reposorio de los Próceres Libertadores desde hace mucho tiempo.

Entrar de nuevo a la Cafetería Pacos que desde 1967 24/7 365 dias viene siendo testigos de tantos acontecimientos allí escenificados. Ver la conversación amena y escuchar la gente preguntar ¿y por qué los patrioteros de la MANCHA VERDE Y LA MANCHA NEGRA no han aparecido en este día tan especial?; escuchar de varios de los eternos presentes afirmar que los patrioteros son peores que los haitianos; peores que los enemigos del país, porque lo único que hacen es criticar y no solucionan nada a los males que aquejan el país. En otra mesa se escucha a una dama decir «qué bueno que ninguno de los renegados está hoy jodiendo el cogollo de los corazones de los buenos dominicanos.» En la calzada lateral de la Cafetería que da con el Peatonal El Conde una madre le dice a su hija: «sé libre, independiente y soberana en la medida de lo posible que así se enaltece la República.»

Mirábamos con observación todos los movimientos de los ciudadanos que entraban y salían al rendirles respetos a los Restauradores. Caminamos por el peatonal El Conde esperando a ver si nos atorábamos con los de la Mancha Verde o la Negra y para nuestra sorpresa fue encontrarnos con el Indio Cotoy ofreciendo desinteresadamente la bienvenida a los parroquianos ya que hay unos venezolanos y haitianos que entretienen con su arte a todos los ciudadanos que visitan el lugar. Más adelante nos encontramos con BUCHE leyendo el diario del día. Todo eso en medio de la espera, parecía algo surrealista.

Estabamos allí a los 154 años de aquel milagroso acontecimiento para honrarlo y enaltecerlo. Como muy bien en su página política nos afirma, Katiuska Bobea: «154 años han transcurridos de la Restauración de la independencia Dominicana y esta vez de España (la primera de Haití 19 años antes) tres grandes Dominicanos se destacaron, José Cabrera, Gregorio Luperón y José Antonio Salcedo Ramírez (Pepillo) la Reina Isabel II de España dio por perdida la Colonia (demasiado costoso mantenerla) En el cerro Capotillo (Dajabón) ondea de nuevo la bandera Dominicana. ¡Los años han transcurridos para la nueva Nación entre aciertos y desaciertos, tal como la vida misma!»

De regreso a la Cafetería Pacos, pedimos para almorzar un sabroso Osobuco con puré de papas y tostones con una ensalada de vegetales. Lo acompañaban dos cervezas extranjeras, una Corona y otra Presidente brasileña.

Luego de esperar por los patrioteros que nunca aparecieron nueva vez me di cuenta que: «En esta hora del derrumbamiento del Mundo, en que los dominicanos celebramos la Restauración de la República, es aún consolador el espectáculo de pueblos que mueren por la Libertad… al lado de esos heroísmos, ¡cómo es Triste ver ciertos pueblos, que lejos de la lucha hacen todo lo posible por morir sin libertad! Fuera de la Libertad… y hacen un mercado de su Libertad como es el caso de los patrioteros.»

A las 6.40PM emprendimos la retirada de regreso a El Nido del Águila. Un día maravilloso donde confirmaba de nuevo mi sospecha. Que los que se venden de patriotas en verdad no los son. Están detrás de dinero, porque son unos atrapapesos y de eso es que se trata toda esta vendimia política.

Cuando nos montamos en el vehículo le dije a la Dulcinea: «El Patriotismo, aparta el Hombre de la Humanidad, y lo recluye en la Patria; lo aísla en ella, y aislándole, lo hace egoísta y feroz; lo contagia del furor del rebaño; ese ser así mutilado de la Humanidad, deja de ser un hombre, y se hace ese animal político llamado: un Patriota; el más feroz de todos los animales… poned a un patriota un espíritu religioso, y apartaos de él; habéis tropezado con la bestia más peligrosa de la Creación.»

Llegando al Nido del Águila por la Avenida Juan Carlos recordé a Martí cuando escribió «Patria es algo más que opresión, algo más que pedazos de terreno sin libertad y sin vida, algo más que derecho de posesión a la fuerza.»

©️Daniel Efrain Raimundo.
Santo Domingo de Guzmán. Altar de la Patria.

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CARLOS JOSÉ TEJADA Y EL RECUERDO DEL TERREMOTO DE 1946

Por Daniel Efrain Raimundo.- 

Lo hube de conocer en el tercer piso de un centro médico capitalino. Entrado en sus 76 años de edad se veía con la madurez de los años como un guaicarán.  El diálogo había comenzado con Carlos José mientras esperaba el turno para verse de rutina con la psiquiatra que lo atendería ese día.

Con su aspecto y su hablar me daba la impresión que Don José era del Sur Profundo.

¿Usted es oriundo de donde? –le pregunté.
Yo soy del Cibao –me respondió.
¿De qué parte del Cibao es usted? –le volví a inquirir.
Yo soy de un lugar que le llaman La Isabelita cerca de Ranchito y de Jeremías en La Vega.

«Usted no me lo va a creer, pero eso me lleva al recuerdo del terremoto de 1946 cuando yo apenas tenía 6 años de edad», me dijo como yéndose a un mundo que jamás había regresado después de aquellos aciagos dias de frustraciones, temores y desasosiegos. «Por primera vez en mi vida vi los arboles mecerse de un lado para otro venir sobre mí y ver como la tierra se habría ante tan poderoso cismo.»

El terremoto de República Dominicana de 1946 tuvo una magnitud de 8.0 y se registró en Samaná, provincia del noreste del país, el 4 de agosto de 1946 a las 17:51 UTC (12:51 hora local vigente). Una réplica ocurrió cuatro días después, el 8 de agosto a las 13.28 UTC con una magnitud de 7.6., nos dice Don José. Fueron los dias más marcados de mi existencia y jamás he podido borrar de mi mente, nos dice con sus ojos trémulos y su hablar un poco balbuceante.

Yo me crié entre platanales, porque desde Palmarito, Jeremías, Ranchito y La Isabela se sembraban plátanos buenos. Recuerdo que desde ese cruce nosotros íbamos a misa en la Iglesia Católica de la Vega. Caminábamos más de 14 kilómetros todos los domingos. Yo apenas era un niño. Para ese tiempo la gente era muy religiosa. Tenían más confianza en las cosas de Dios y en la fe que uno depositaba en algo que uno jamás había visto ni oído. El día del terremoto fue que me di cuenta de la fe de los pobladores de La Isabelita, nos dice en su diálogo este hombre con sus ojos ditirámbicos y su pulso tembloroso. Vive una escena prodigiosa y terrible.

Todo parecía un desastre aquel domingo aciago y sorprendente. Recordemos, según se recoge en las crónicas de entonces,  el Domingo 4 de agosto de 1946 a las 12:55 p.m.: Fuerte terremoto, se sintió en la isla de Santo Domingo, con una magnitud de 8.1 en la Escala de Richter que generó, a los pocos minutos un maremoto a las costas de toda Bahía Escocesa (la cual se extiende desde Arroyo Salado hasta Cabrera), penetrando en algunas zonas, como Arroyo Salado, más de cinco kilómetros tierra adentro, inundando por más de tres semanas a algunas zonas, destruyendo siembras, y poblados (Matancitas, Nagua, El Juncal de Cabrera, Punta Morón – entre las secciones del Limón y Las Cañitas en Samaná, Sánchez, Sabana de la Mar, Rio San Juan y Miches por ejemplo) y cobrando aproximadamente 1,970 vidas en territorio dominicano en los poblados de Puerto Plata, Matancitas, Villas Julia Molina, Arroyo Salado, El Bajío, Río Boba, y algunas vidas en Puerto Plata, Santiago.

Don José nos dice que fue a bañarse al Charco de Toña Linga como le llamaban al balneario  en  el río Camú. El trampolín donde se subían los niños y jóvenes de aquella época para lanzarse al charco era una anacahuita milenaria. Un árbol de 10 metros de altura, d copa densa y follaje persistente, con hojas y flores blancas que se usan en medicina popular contra afecciones pulmonares. Por esos lugares también existían los históricos samanes donde los moradores pernoctaban para coger la brisa del valle.

Nos relata este hombre entrado en años que a eso de las 12.15 del medio día salió del charco Toña Linga al terraplén que había y cuando caminaba rumbo a la carretera de repente vio los árboles moverse para encima de él, hacia los laterales y algunas partes de la tierra agrietarse. Pensaba que el mundo había comenzado su fin. De repente se quedó impávido sin saber qué hacer. Salió corriendo dando gritos a puro pulmón pidiendo auxilio y buscando la carretera que tanto la había llevado a la abadía católica de la Vega. Cuando finalmente Don José llegó a la carretera, mas 60 personas de rodillas dándose en el pecho y pidiendo misericordia al Altísimo. Lo más terrible del caso fueron las réplicas de aquel terremoto que nos sembraba el pánico en aquellos lugares donde no había nada para ayudarnos como refugio, nos afirma uno de los sobreviviente de aquel terremoto.

Más de 1,100 replicas se reportaron en los meses siguientes. Cuando ese terremoto ocurrió, la República Dominicana no disponía de recursos humanos ni tecnológicos para localizar y medir la intensidad de los sismos. Todos los detalles técnicos referentes al terremoto del 4 de agosto de 1946 fueron transmitidos por vía telegráfica a las autoridades dominicanas desde las estaciones sismológicas localizadas en los Estados Unidos, Puerto Rico y Cuba.

La memoria histórica de nuestro país debe ser refrescada permanentemente para que estemos alerta y en capacidad de enfrentar eventos como este. En el año 1946 la población Dominicana no superaba los 3 millones de habitantes; en el día de hoy triplicamos esta población. También en ese año los edificios de más de 30 pisos. Esto acompañado de la existencia de un código de construcción que regule las edificaciones y que marque una normativa de ingeniería sísmica, nos hace más vulnerables que en esa época. Demás está decir que en República Dominicana no existe cultura de prevención de desastres, la que podría desembocar en una catástrofe de gran magnitud.

Recordemos que la Isla de Santo Domingo pertenece a la Placa del Caribe y que tiene dos fallas importantes que han acumulado energía, esto apunta a que en cualquier momento podríamos sufrir un terremoto similar al de 1946. Por lo que debemos hacer aprestos para nuestros planes de emergencia, establecer las rutas de evacuación de nuestros entornos, casas, escuelas y empresas, entre otros.

Que nos sirva este relato para estar aguzados y prevenidos de las catástrofes naturales  que dentro de nuestro mundo histórico han sucedido sin que tengamos claro de que  sacudirse de nuevo la tierra en estos entornos nos llevarían a un mundo mucho mas tétrico que el que vivió Don José y las marcas del terremoto de 1946 que las lleva como cruz no presupuestada en su existir.

Volvemos donde todo comenzó al escuchar con asombro el relato de Don José:

Dios es nuestro amparo y fortaleza,
Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.

Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida,
Y se traspasen los montes al corazón del mar;

Aunque bramen y se turben sus aguas,
Y tiemblen los montes a causa de su braveza. Selah
Salmos 46:1-3

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EN EL MALECÓN DE SAN PEDRO DE MACORÍS ANTE LA ESTATUA DE DELIGNE

Por Daniel Efrain Raimundo.- 

Salí hacia el Malecón de San Pedro de Macorís, sentado frente a la estatua de Deligne. Aquí me encuentro. Me acompaña mi novia mayor para este día «Páginas Olvidadas» de Gastón Fernando Deligne. Es una colección de los escritos dispersos del Poeta Nacional dominicano que gracias a un mago de las recopilaciones logró salvar esas tenazas del saber del prodigioso poeta y prosista dominicano.

El Licenciado Andrés Julio Montolío escribió un libro que nunca llegó a publicarse y Gastón Fernando Deligne le escribió el prólogo. Rodríguez Demorizi lo recoge en este libro. Allí me emborraché con licor fino de nuestras estampas nacionales.

Ahí están si no, las más ricas joyas de nuestra Antología: Las Fantasías indígenas, de José Joaquín Pérez; las estofas patrióticas de Salomé Ureña de Henríquez; Baní, de Francisco Gregorio Billini; las Cosas Añejas, de César Nicolás Penson; por sólo citar las obras impresas de autores ya muertos; aunque la pluma se resista a no mencionar el poema histórico del glorioso don Manuel de Jesús Galván.

Impresionan también la evidencia de libros que Deligne tuvo en sus manos. A quien le dio la sensación de lecturas. En un rasgo impresionante Deligne afirma que la variada y abundante lectura con que el autor del libro no publicado ha fortalecido sus fibras intelectuales es algo antológico. Además, arremete de su generosa labor de índole literario y pone como ejemplo lo que dice en la obra inédita, cito: «Amar la belleza de los hijos ajenos, es propio de padres fecundos, como cogerles tirria pertenece a los eunucos.» Cierro cita. Sigue diciendo el autor, «apreciar los trabajos que sirven o han querido servir al progreso, es tendencia de los espíritus progresivos; y en ese como tanteo de los demás suele desarrollarse la propia fuerza.»

Sentado ante la estatua de Deligne sigo escarbando y bajo el intenso examen de la lectura de «Páginas Olvidadas» que don Emilio Rodríguez Demorizi se honró salvar me quedo sorprendido cuando me recuerda en esas páginas que como Deligne vivió sus mejores años bajo el régimen de Heureaux, desde entonces aprendió a odiar la política, sin que su apartamiento de ella le salvara de ser su víctima.

El autor de Galaripsos, «el más notable de los ingenios –dominicanos—de la actual generación», como escribía Marcelino Menéndez y Pelayo hacia 1910, nació el 23 de octubre de  1861. Como dejaba obra y ejemplo bien pudo irse de la vida por su propia voluntad. En San Pedro de Macorís, que es en la República donde más se venera la memoria del poeta, fue su trágico adiós, en el aciago 18 de enero de 1913.

¡Cuánta razón tenía doña América Bermúdez!, una magnifica escritora de aquel pueblo cuando nos dijo que en la República Dominicana tendrían que pasar miles de años para que naciera otro poeta de la grandeza y gallardía de Gastón Fernando Deligne y Figueroa.

El Malecón de los  petromacorisanos  gris. El Mar Caribe lloroso porque recuerdo a Deligne el Poeta Nacional Dominicano. Me pongo de pie ante la indiferencia de tantos petromacorisanos que quizás ni saben quién es la figura  esculpida en el bronce bruñido y gris que trae un recuerdo grandioso y fatal a los moradores de toda la República Dominicana. Un caballo que está amarrado comiendo el pasto del parque al mirarme relincha de alegría y deposita su heno en el césped como diciéndome, «ya que aquí no limpian, pues mire usted lo que tengo que hacer, para que se mantenga el lugar limpio y con buen abono.»

Al marcharme pasé por el solar donde vivió el poeta. La casa la destruyeron ante la protesta de tanta gente y unos chinos compraron el solar para hacer un Centro de Pica pollo.

No quise buscar al doctor Benjamín Silva que tanto ha bregado por salvar la honra de Deligne en su Macorís amado. Y lo digo con sinceridad para que no se echara a llorar y como soy tan llorón, creo que no hubiese  resistido ese embate emocional.

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LOS AXIOMAS

Por Daniel Efraín Raimundo.- 

SANTO DOMINGO.-  Mucho han cambiado las cosas. Mucho en verdad. Y ha cambiado también, asombrosamente, la mente de muchos. ¿O los ojos? Existe una especie de histeria galopante con caracteres de infección contagiosa. Increíble pero cierto. Hubiera parecido imposible. Una especie de mal de San Vito cerebral.

Que la libertad de prensa sea otra vez –¡otra vez!—asunto de discusión y de dudas. ¡Que haya que definir, como si la expresión no se definiese a sí misma, lo que es  la liberad de prensa! Porque, ¿qué es, después de todo? No puede ser otra cosa que eso mismo. Sencillamente que se puedan imprimir diariamente, sin riesgo alguno de impedimento físico o coacción moral, todas las opiniones que se quieran emitir y todas las noticias de lo que pasa en el mundo. Nada más; nada menos. Para eso es la prensa.

Ahora bien, ¿debe la libertad de prensa tener limitaciones? Pues ¡claro! ¿Qué libertad no ha de tenerlas? Por millonésima vez se podría recordar lo de «mi libertad termina donde empieza la de mi prójimo» En una palabra, la Ley.

Esto es el ABC del vivir racional. Causa una sensación para tener que repetirlo. La Ley es el requisito indispensable de la convivencia civilizada. Es el contrato que el hombre responsable hace consigo mismo y con sus semejantes. La Ley es la prueba determinante de que se ha salido de la selva; el árbitro supremo de las relaciones humanas. De ahí esto tan simple, y no obstante tan incomprendido en ciertas ocasiones, que es el estado de derecho.

¿Y qué limitaciones impondrá la Ley a la libertad de prensa? Sólo las que exige el respeto a la integridad de la persona y  al espíritu mismo de la Ley. Veracidad. Pulcritud de lenguaje. Decencia. Dentro de ese círculo se pueden mantener todos los criterios y todas las discrepancias. La liberad de prensa no es para injuriar; no es para calumniar; no es para difamar; no es para agredir la honra o la dignidad ajena. Con tales medios no puede justificarse ningún fin. Y cuando hay prensa capaz de descender a ellos, ipso facto deja de ser prensa para convertirse en papel de inmundicia.

Por eso las sociedades más libres del mundo, aquellas en que el ser humano disfruta de mayor holgura mental y espiritual por ser en ellas la prensa un verdadero muestrario de opiniones y tendencias expuestas al juicio público, cuentan al mismo tiempo con severísimas leyes de libelo que protegen al ciudadano –y a la propia libertad—de los excesos en que puedan incurrir algunos por pasión, por mala, o por inexcusable ignorancia.

Lo contario a esa libertad de prensa, ya se sabe, es la censura. Palabra a la que no hace falta adjetivar, ¿para qué?, su sola mención es suficiente para despertar en el pensamiento honrado todo un cúmulo de epítetos. Pues bien, la censura suele asumir las más variadas y sutiles formas, desde las más violentas hasta las más ridículas. Curiosamente, sin embargo, no es precisamente la peor la que, a cara descubierta, mete un censor en las redacciones para decir qué debe y qué no debe publicarse.

La censura de prensa es la capa inevitable a que tienen que recurrir todos los autocratismos, sean del signo que fueren para cubrir su denudes. Si hay algo que nunca han resistido, desde que la historia es historia, es la libre discusión de las ideas.

En todo esto nada hay de nuevo. Nihil nouum sub solem, ¡ha sido tan redicho y machacado! «La libertad de prensa es una cosa buena…» «La cesura es una cosa mala…» Axiomas. Algo que no necesita demostración. Como decir que el sol alumbra. O que  dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí. Y sin embargo…

 

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