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El liderazgo es moral

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Enmanuel Esquea GuerreroPOR ENMANUEL ESQUEA GUERRERO.-

Me correspondió en 1962 ser del primer grupo de ingresados a la Universidad de Santo Domingo con autonomía y fuero. Era una época de muchas convulsiones, y la UASD era el primer laboratorio democrático del país. Por primera vez en la escuela de derecho se estudiaba Instituciones y Sociología Política, y había en toda la universidad un gran ambiente liberal y contestatario del Antiguo Régimen.

Dentro de las materias del primer año estaba la economía, la cual impartía un profesor que me llamó desde el principio la atención, porque aunque no era un economista, gozaba de una capacidad pedagógica natural. Yo no podía evaluar en ese entonces si él sabía mucha o poca economía, pero de lo que sí estaba consciente era de que lo que sabía lo enseñaba muy bien.

También tuve la suerte de tenerlo como profesor de la materia de Derecho Romano en el segundo año, y cuando mi padre murió accidentalmente en 1963, conté con su asesoría legal, lo cual siempre le he agradecido. Después, en la vida profesional, cuando estuvimos en tribunas contrarias, siempre me dispensó un trato afable.

Recuerdo que mientras nos hablaba se paseaba constantemente sobre la cátedra afirmando de forma marcial el talón del zapato, al tiempo que fumaba incesantemente, saboreando el cigarrillo como si se tratara de un puro.

Él era ya una figura notable, debido a que había participado de manera protagónica en el proceso post Trujillo de la Universidad y hasta había sido Rector por un tiempo. Después volvió a serlo en otras dos oportunidades.

No olvido que nuestro primer enfrentamiento ocurrió cuando le respondí su afirmación de que la misión más noble era la del abogado que a su criterio, estaba llamado a luchar por la aplicación de la justicia. Le dije que para mí la misión más importante era la del sacerdote que ayudaba a salvar las almas.

A partir de esta pequeña diferencia comencé a poner especial atención a las expresiones del Profesor, y confieso que varias de ellas me impactaron y nunca las he borrado de mi memoria.

La primera de ellas ocurrió cuando algunos compañeros de clase criticaban duramente a determinados profesores a quienes se acusaba de haber sido colaboradores de la dictadura. En ese momento, parodiando a Virgil Giorghiu, el profesor expresó: “A los hombres hay que darles una segunda oportunidad”. Reconozco que durante mucho tiempo no compartí la sabiduría del profesor, pero la vida me ha enseñado que él tenía la razón.

En otra ocasión, cuando los conflictos grupales de estudiantes (a los cuales no eran ajenos los profesores) se agudizaron, y se comentaba que contra él podría haber una agresión, exclamó con un dejo de indiferencia: “Cuando los enemigos saben que uno está dispuesto a morir, se acobardan”. Esto lo viví mucho tiempo después en carne propia, cuando “un amigo” me disparó a solo seis pies de distancia y erró el tiro.

Pero la expresión que más me impactó y de la que he sido un fiel devoto toda mi vida, surgió un día en el que no recuerdo cuál era la temática que abordábamos. Lo que sí tengo presente es que esas palabras que me estremecieron, recogían algo que yo había vivido en mi casa, en el colegio y en todo el entorno familiar: “El liderazgo es moral”. Es una pena que todavía mucha gente no entienda que el profesor Julio Cesar Castaños Espaillat estaba en lo cierto.

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