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Opiniones

Todos somos humanos

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Ivelisse prats de perezPOR IVELISSE PRATS RAMÍREZ.-

¿Todos somos Haití? No es cierto. Solo cuando Colón llegó a nuestras costas, la isla entera se llamaba Haití, eso, si damos crédito a los historiadores, que yo sepa ni el Gran Almirante conocía el idioma aborigen ni estos conocían la lengua de Cervantes.

La historia fue construyendo en la isla otrora dividida en cinco cacicazgos, dos naciones, dos pueblos, dos culturas. Nuevas identidades han ido tejiendo una compleja red de relaciones turbias, en ocasiones sangrientas, como el genocidio de 1937, entrecruzadas por hilos de intereses mercantiles por una y otra parte.

No todos somos Haití, y el eslogan, es pésimo. Produce rechazo instantáneo. Parecería que quienes lo formularon, además de desconocer principios básicos de marketing, quisieron irritar, en vez de argumentar y persuadir a favor de su causa.

Buscaran o no efectos negativos, ¡vaya que lo lograron! A los neotrujillistas que hacen sinonimia entre dominicanidad y el antihaitianismo, se han sumado otros dominicanos, impactados por el mal gusto del eslogan. Surge un patrioterismo de alaridos que se manifestó, también con mal gusto en la reunión de CEPAL.

Lingüística, geográfica, antropológica y jurídicamente no todos somos Haití. Todos, eso sí, somos humanos. Con colores más o menos cálidos, con disímiles lenguas, costumbres y cultos, exacerbadas las disparidades por una educación y una práctica orientadas a la cultura del odio.

Por encima de esas diferencias, naturales e inducidas, como humanos que somos todos los que habitamos en la isla tenemos muchas cosas comunes. Las desigualdades, profundas y dolorosas, aquí más evidentes porque hay mayores riquezas concentradas. Y derechos, por lo menos De Jure que se anunciaron en la Revolución Francesa y se plasmarían en la Declaración de los Derechos Humanos de 1948. DERECHOS HUMANOS, O SEA, DE TODOS.

La emigración y la inmigración pendulan entre naciones y continentes, de acuerdo al tamaño de las economías. El destierro, actualmente más económico que político, impulsa una emigración impuesta por miserias, y falta de oportunidades. La inmigración, es auspiciada por el afán de lucro, para explotar a esos humanos que como son ilegales aceptan salarios y horarios abusivos que los nacionales rechazan por dignidad.

Las leyes, claro está, deben regir los flujos migratorios. También, el porcentaje permitido de extranjeros en la fuerza de trabajo activa remunerada y las condiciones laborales. Pero aquí las leyes no se cumplen o se retrasan para normar una nueva realidad.

La Ley de Migración 285-04, se aprobó, por fin, en el último gobierno perredeísta. Ya no pudo invocarse que no existía legislación para frenar la desenfrenada importación de haitianos. ¡Pero faltaba el Reglamento!

Se aprovechó ese paréntesis y el flujo migratorio aumentó, al compás de la creciente miseria haitiana, y de las conveniencias aquí de disponer de mano de obra sumisa y explotable.

Actualmente, con todo y Reglamento aprobado, los Shylock de ambos lados mercadean cargamentos de cuerpos humanos vivos, los pasan por la frontera permisiva violando normas jurídicas y principios humanos.

Sin protección ni derechos legales, con solo sus derechos humanos que no se toman en cuenta ni ellos reclaman en su aceptada esclavitud, los haitianos laboran, en la construcción, en el agro, en las porterías de las torres citadinas. Con salarios de hambre.

¿Qué hacer? El tema de la migración haitiana es un problema humano: pero, también es un problema de Estado. Las soluciones tienen que ser a la vez humanas y políticas. Hay que aplicar la Ley de Migración en la frontera, y mejorar las leyes laborales y la Seguridad Social de quienes trabajen en este país; dominicanos, haitianos, humanos todos.

El flujo migratorio no puede seguir creciendo incontroladamente. No hay espacios, ni empleos, ni siquiera abusivos, para tantos. Es perentorio aplicar con rigor, sin guiños cómplices, las penas que contempla la Ley de Migración para los verdaderos responsables del tráfico de carne viva: los empresarios que se benefician, y los militares que lo apañan. Si estas sanciones no son suficientes, endurezcámoslas.

El problema humano y de Estado, no se resolverá a corto plazo. La solución no puede enmarcarse dentro del darwinismo social neoliberal, como la decisión del Tribunal Constitucional, una aberración que empieza por violar con su retroactividad la misma Constitución que dice defender.

Puede haber, debe haber, lo dijo el ciudadano presidente, salidas puntuales para el problema humano inmediato creado por ese dislate jurídico. Pero las soluciones verdaderas son difíciles, en un mundo donde la solidaridad y el humanismo se consideran “nerds”.

Además de dominicana, y humana, soy cristiana. Por eso, me uno, en la búsqueda difícil, a la súplica “twiteada” por el papa Francisco: “Pidamos un corazón que acoja a los inmigrantes. Dios nos juzgará según juzguemos a los más necesitados”.

¡Amén!

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