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Opiniones

Compartiendo un libro

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Ivelisse-prats-de-perezPOR IVELISSE PRATS RAMÍREZ.-

Es un libro denso, profundo, aunque su contenido se aprieta en menos de 200 páginas. También es muy hermoso, en una traducción pulquérrima, su prosa fluye en palabras precisas que a veces nos sorprenden porque aunque no sean usuales terminan por parecernos inequívocamente perfectas.

Me refiero a “Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil” de Zygmunt Bauman. Lo releo en este mes de Adviento, viniendo de un año turbio e inseguro. Lo tomo en mis manos como se agarra un ancla, buscando explicaciones a los absurdos. Lo primero que veo son las reacciones al margen escritas cuando leí en 2006 el libro, con otro talante y otras circunstancias. Me vuelvo a encontrar, preguntona, expectante, agradecida, emocionada.

Luego, me conduce a reflexiones hondas la contundencia de los capítulos del libro, desde sus títulos que resumen y sugieren ideas. He vuelto a leerlo entero; compendia la nostalgia del vientre cálido de la comunidad como madre nutricia, la serenidad analítica del hoy poblado de individualismos solitarios, y una esperanza prospectiva prudente, pero tenaz, de que los humanos encontremos, por voluntad y por necesidad, formas de conjugar la seguridad con la libertad.

Esos dos valores han de equilibrarse, aunque es difícil, lo reconoce Bauman, en la balanza de los derechos y del precio que estamos dispuestos a pagar por ellos.

La categoría y los conceptos que expone el autor son rocas sólidas que resisten vigorosamente cualquier cuestionamiento. Cada argumento es original, una flecha que penetra y hace pensar, junto a él, críticamente. No hay clichés, y las citas se colocan cómodamente dentro del texto.

El eje principal de este libro-tesis, la comunidad, nos lleva a resignificar el concepto y el destino de esa comunidad que se atomiza en esta posmodernidad de individuos aislados que se temen y se gruñen enseñando los dientes, dando la razón a Hobbes: “El hombre es lobo del hombre”.

La globalización, con su famoso estilo de vida, el “cosmopolitismo” no cumplió su promesa de acercarnos como buenos vecinos en la “aldea global”. Al revés, nos ha segmentado, nos enfrenta, selecciona, descarta a los más débiles, separa para aupar a los que pueden y tienen, y descartar como parias a los que nada parecen merecer porque nada reciben, como no sea la dádiva.

Releía el último capítulo, “¿Múltiples culturas, una sola humanidad?”. Garrapateé al margen un comentario súbito, surgió de mi entraña cristiana y democrática. Lo trascribo:

¿Cómo creer que existe una cultura mundializada, un espacio global de todos y con todos al conocer la sentencia retroactiva del Tribunal Constitucional creando un “guetto” para dominicanos nacidos y criados aquí, que cantan perfectamente el largo Himno Nacional enterito, solo porque son hijos de extranjeros, como Duarte, Luperón y Bosch?

La globalización, afirma Bauman, yo lo compruebo aquí y ahora, destruye las buenas relaciones que establece la comunidad. La globalización como se aplica en el mundo, y nuestro país han decidido olvidar sus hermosas tradiciones solidarias y ser solo islote satélite de ideas importadas, produce la que él llama la “secesión de los triunfadores”.

Atrapados en su exitoso presente trepidante, no se dan cuenta de que con esta “secesión” ellos también se encierran en un “guetto”.

El libro de Bauman se va abriendo, nos convence su tesis casi bíblica, se perciben con claridad aspectos que nos pasaban inadvertidos. Como en un crucigrama, la inteligencia coloca frases, descifrando sentidos, encontrando razones que valen y pesan.

Se decide, por encima de los desencantos confrontar la pérfida lógica de la posmodernidad, que trastrueca lo respetable y rico de lo diverso, lo utiliza no como suma sino como resta. La duda que debe ser garante de disensos racionales, se usa en contra del optimismo y la fe en la capacidad humana de crear progreso.

Y la palabra PUEBLO, ese vocablo que convocó tantas epopeyas y que Jesús mencionó con amor persistente, pasa a ser una mala palabra. Según Bauman, porque PUEBLO tiene olor y calor a comunidad, con su carga de obligaciones mutuas y fraternas.

Y las obligaciones, que abarcan recíprocamente los derechos de otros, son materias prohibidas en el currículo de los “triunfadores” que solo quieren saber guarismos.

Este libro es digno de leerlo, y de releerlo. Despierta con su lectura una utopía, por lo menos la de hablar y escribir creyendo en la comunidad, y luchar por construirla como la define Bauman: “Compartir la igualdad del derecho a ser humanos y de la igualdad de probabilidades para ejercer esos derechos”.

Si compartimos este libro, quizás, los dominicanos podamos ser más humanos. Que Dios y Bauman nos ayuden.

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