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Opiniones

Descansa, amiga mía

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Ivelisse-prats-de-perez2Por Yvelisse Prats Ramírez.-

“El amor y el pesar, son las únicas opciones que tenemos”.
R. Palmer

El dolor de la muerte de Daisy Frómeta viuda García Castro me mordió el corazón, el lunes, temprano.

Cuando una amiga muere, un revoltijo de recuerdos se vuelve torbellino, me arrastra al pasado que va cobrando vida mientras lloro. Es como si las lágrimas regaran en el cerebro las neuronas, al tiempo que crece la emoción.

Daisy se colocó a mi lado, como se sentaba en el anticuado pupitre del aula de la Facultad de Derecho de la Universidad de Santo Domingo, aún no Autónoma en esa época.

Curiosa, osada, Daisy hacía preguntas que resultaban embarazosas. Su desenfado ponía al infeliz catedrático de turno a tartamudear: la “era de Trujillo” estaba en su apogeo en esos comienzos de los 50, y el terror imperante convertía a muchos dominicanos en seres suspicaces, miedosos.

Ese temor, difuso, siempre presente, se acentuaba en la Universidad, porque a pesar del control férreo de la tiranía ya habían aparecido en los baños, letreros de “abajo Trujillo” borrados presurosamente por un bedel asustadísimo.

Por eso, preguntas indiscretas de cualquier estudiante se respondían con rodeos, usando la retórica para sortear situaciones peliagudas. El profesor conjuraba el peligro del “gancho” acudiendo a soltar latinajos o citando en mal francés a notables juristas.

Empero, alguna vez, un profesor, sea porque fuera opositor converso o porque tenía sembrada la semilla de libertad hostosiana, dejaba entrever cautamente, una pista, casi en clave, que tangenciaba la interrogación estudiantil.

Daisy y yo aguzábamos ingenio, intercambiando miradas cómplices, para decodificar el mensaje oculto, ese destello fugaz de la verdad.

Cuchichear confiadamente entre nosotras, superando las confusiones propias de jóvenes nacidas y criadas dentro de la “Era” nos aproximó afectivamente.

Daisy se convirtió en habitual visitante de mi casa. Le fascinó la repleta biblioteca de Papá; saboreaba los guisos domingueros de Mamá, quien conversaba con nosotras de tú a tú, ella también estudiaba en la Universidad, donde además trabajaba.

Los apelativos “Tío Panchito” y “Tía Consuelo” que utilizaba Daisy para dirigirse a mis padres sellaron un parentesco espiritual que se confirmó al permitírsenos a ambas estar presentes en esa especie de Ateneo que era la tertulia hogareña.

Para entender de qué hablaban, y de quiénes, los intelectuales amigos que se reunían diariamente, Daisy y yo sumábamos a los gruesos tomos de Planiol y Josserand, otros libros: novela, cuentos, ensayos, poesía. A las dos nos apasionaba leer, aunque no siempre coincidíamos en nuestros gustos.

La vida, que rueda implacable, nos distanció un poco. Yo elegí ser maestra, ella se graduó en Derecho y ejerció la abogacía. Me casé demasiado joven, tuve de corrido 5 hijos. Daisy casó con el periodista Gregorio García Castro, tuvo también sus hijos. Mi matrimonio naufragó temprano, el de Daisy la condujo a un calvario que abrió enconadas heridas, que no cicatrizaron nunca. El asesinato de Goyito, que conmovió a tantos, fue una campanada fúnebre que sigue tocando a rebato para despertar una justicia que no la ha escuchado todavía.

La última vez que nos vimos fue en la Iglesia de la Anunciación, nos abrazamos, muy fuerte, antes de arrodillarnos frente al Santísimo para depositar numerosas penas. Quedamos en visitarnos, su hija Dominicana se hizo garante de la cita que sustituimos por largas conversaciones telefónicas, ¡ay! ahora definitivamente interrumpidas.

Ella fue una gran guerrera, sin más escudo ni casco que su fe y su valor reclamó pertinazmente que se hiciera justicia en el caso del asesinato de su esposo Goyito. Madre Coraje, crió a sus hijos, les infundió valores, los amó por los dos, por ella y por el padre arrebatado por la violencia postrujillista ¡Y todavía le quedaba cariño para felicitarme en mi cumpleaños y celebrar cualquier pequeño triunfo mío!

Ahora, la guerrera, la Madre Coraje, la que se mantuvo viva esperando, sin perder la esperanza, ha muerto. Optó a la vez por el amor y el pesar, y se los llevó consigo.

Descansa, amiga mía. ¡Hace tanto tiempo que no lo hacías!

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