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Opiniones

El sistema inmunitario y el estrés

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Por Dr. Nicanor Rodríguez Tejada (4 de 4).-

El sistema inmunitario es uno de los sistemas más complejo del organismo. Su función es la de protegernos de las infecciones; y dado que los organismos infecciosos han desarrollados complejas estratagemas mediante el proceso evolutivo, nuestro sistema inmunitario ha desplegado también sus propias estratagemas. La descripción que aquí se ofrece esta abreviada y simplificada, pero resume algunos de los componentes básicos de este sistema.

El sistema inmunitario deriva de los leucocitos que se forman en la médula ósea y en la glándula timo. Algunas de estas células viajan a través de la sangre o del sistema linfático; otras residen permanentemente en su lugar. Se dan dos tipos de reacciones inmunitarias específicas cuando el organismo es invadido por organismos extraños, entre ellos bacterias, hongos, virus: la inmunidad química y la inmunidad celular. La inmunidad química implica a los anticuerpos.

Los microorganismos infecciosos tienen en su superficie proteínas singulares, denominadas antígenas. Estas proteínas sirven de tarjetas de visita de los invasores, identificándose ante el sistema inmunitario. Por medio de la exposición a los microorganismos, el sistema inmunitario aprende a reconocer dichas proteínas, este proceso no se explicara en este trabajo, pero como resultado de dicho aprendizaje se desarrollan estirpes celulares especiales que producen anticuerpos específicos- proteínas que reconocen a los antígenos y ayudan a destruir a los microrganismos invasores.

Un tipo de anticuerpos es liberado a la circulación por los linfocitos B, así denominados porque se producen en la médula ósea. Estos anticuerpos, llamados inmunoglobulinas, son cadenas de proteínas. Cada tipo de inmunoglobulina (hay cinco tipos) es idéntico excepto en un extremo, el cual tiene un receptor excepcional. Un receptor se une con un antígeno determinado, el igual que la molécula de una hormona o neurotransmisor se une con un receptor.

Cuando la estirpe apropiada de linfocitos B detecta la presencia de una bacteria invasora, las células liberan sus anticuerpos, los cuales se unen a los anticuerpos presentes en la superficie de los microrganismos invasores. Los antígenos destruyen los invasores directamente o atraen otros leucocitos, que los destruirán más adelante.

Otro tipo de defensa del sistema inmunitario, la inmunidad celular, la producen los linfocitos T, que originalmente se forman en la glándula timo. Dichas células también producen anticuerpos, pero estos permanecen unidos a la superficie externa de su membrana. Los linfocitos T, básicamente defienden el organismo frente a hongos, virus y parásitos multicelulares. Cuando los antígenos se unen a sus anticuerpos de superficie, las células destruyen directamente a los invasores o envían señales a otros leucocitos para que acudan y los eliminen.

Las reacciones que se presentan están muy simplificadas; en realidad, tanto en la inmunidad química como en la inmunidad celular intervienen diferentes tipos de células. La comunicación entre estas células se lleva a cabo mediante citosinas, sustancias químicas que estimulan la visión celular.

Las citosinas que son liberadas por ciertos leucocitos cuando se detecta un microorganismo invasor (Interleucina 1 y la interleucina 2) hacen que otros leucocitos proliferen y ataquen al invasor. El modo en que los glucocorticoides suprimen las respuestas inmunitarias específicas consiste fundamentalmente en interferir los mensajes transmitidos por las citosinas.

Control neural del sistema inmunitario.

La respuesta de estrés puede aumentar la probabilidad de que se den enfermedades infecciosas. ¿Cuál es la explicación fisiológica de tales consecuencias? Una respuesta, probablemente la más importante, es que el estrés eleva la secreción de glucocorticoides y, como se ha visto, estas hormonas deprimen directamente la actividad del sistema inmunitario.

La existencia de una relación directa entre el estrés y el sistema inmunitario fue demostrada por kiecolt-Glaser y cols. (1983) Estos investigadores, utilizando diferentes pruebas de laboratorio descubrieron que los cuidadores de familiares con enfermedad de Alzheimer, que sin duda están sometidos a un estrés considerable, demostraban tener sistemas inmunitarios más vulnerables. Una medida de la calidad de la respuesta inmunitaria de una persona es la medida de los anticuerpos que produce una respuesta a la vacunación. Glaser y cols. (2000) Observaron que quienes se ocupan de cónyuges con enfermedad de Alzheimer tienen niveles más bajos de anticuerpos IgG tras serles administrada una vacuna antineumocócica.

El duelo, otra fuente de estrés, también deprime la función del sistema inmunitario. Schleifer y cols. (1983) estudiaron a los maridos de mujeres con cáncer de mama, hallando que su respuesta inmunitaria era menor después de que sus esposas fallecieran. Knapp y cols. (1992) observaron que incluso cuando sujetos sanos se imaginaban así mismos reviviendo experiencias emocionales desagradables, la respuesta inmunitaria, medida en muestras de sangre estaba disminuida.

Diversos estudios indican que la depresión de la respuesta inmunitaria que causa el estrés esta mediada en gran parte (pero no totalmente) por los glucocorticoides Keller y cols. (1983). Debido a que la secreción de glucocorticoides está controlada por el encéfalo (a través de la secreción de CRH), este es obviamente el responsable del efecto depresor de estas hormonas sobre el sistema inmunitario.

Las neuronas del núcleo central de la amígdala envían axones a las neuronas que segregan CRH del núcleo para ventricular del hipotálamo; así pues, es razonable suponer que el mecanismo encargado de controlar las respuestas emocionales negativas sea también el encargado de controlar las respuestas de estrés y la inmunodepresión asociadas. Varios estudios han demostrado que el estrés aumenta la actividad de las neuronas de las regiones cerebrales que participan en las respuestas emocionales, entre ellas el núcleo central de la amígdala y el núcleo paraventricular (Sharp y cols., 1991; Imaki y cols, 1992).

Parte de la inmunodepresión inducida por el estrés podría está bajo control neural directo. La medula ósea, la glándula timo y los ganglios linfáticos reciben aferencias neurales. Aunque los investigadores no han logrado aún obtener pruebas directas de que estas aferencia modulen la función inmunitaria, sería sorprendente si no fuera as.

Por otra parte, parece ser que el sistema inmunitario e sensible a las sustancias químicas producidas por el sistema nervioso. La mejor prueba de ello procede de estudios con opioides cerebrales. Shavit y cols. (1984) Hallaron que una descarga eléctrica intermitente inevitable producía analgesia (disminución de la sensibilidad al dolor) y así mismo suprimía la producción de linfocitos cito-líticos naturales.

Los dos efectos parecen estar mediados por los opioides endógenos, ya que ambo desaparecieron cuando los investigadores administraron un fármaco que bloquea los receptores para los opiáceos.

El Estrés y enfermedades infecciosas

Es frecuente que cuando una persona casada muere, su cónyuge fallezca poco después, muchas veces de una infección. De hecho, una amplia variedad de sucesos que a lo largo de la vida de una persona producen estrés pueden aumentar vulnerabilidad a las enfermedades. Por ejemplo, observaron que los estudiantes de medicina eran más propensos a contraer infecciones aguadas y a mostrar signos de depresión inmunitaria durante la época de exámenes finales. Además, las enfermedades auto-inmunitarias suelen empeorar cuando una persona está sometida a estrés, como Feifenbaum, Masi y Kaplan (1979) observaron en el caso de la artritis reumatoide.

En un estudio de laboratorio, Rogers y cols. (1980) encontraron que cuando se estresaba a las ratas, manipulándolas o situándolas ante un gato, llegaban a presentar un caso grave de enfermedad auto inmunitario inducido artificialmente. Lehman y cols (1991) Observaron que la incidencia de diabetes en una cepa de ratas vulnerables a esta enfermedad auto-inmunitaria era considerablemente más alta cuando se sometía a los animales a un estrés moderado crónico.

Stone, Reed y Neale (1987) intentaron determinar si los acontecimientos estresantes de la vida cotidiana podían predisponer a las personas a padecer infecciones respiratorias de las vías altas.

Se ha determinado que si una persona se expone a microrganismos que podrían causar tales enfermedades, los síntomas no aparecen hasta varios días después; es decir, hay un periodo de incubación entre la exposición y la manifestación de los signos propio de la enfermedad. Por lo tanto, los investigadores pensaron que si los acontecimientos estresantes deprimían la actividad del sistema inmunitario, cabría esperar que se diera una mayor incidencia de infecciones respiratorias varios días después de dicha situación de estrés. Para probar su hipótesis, pidieron a voluntarios que llevaran un registro diario de los sucesos agradables y desagradables en sus vidas durante unos tres meses. Los voluntarios también registraron diariamente cualquier malestar o síntoma de enfermedad.

Los resultados fueron los que se habían predicho: durante el periodo de tres a cinco días justo antes de mostrar síntomas de una infección respiratoria de las vías altas, las personas vivían una mayor cantidad de acontecimientos negativos y una menor de positivos. Stone y cols. (1987) surgieron que este efecto se debe a una producción más baja de una inmunoglobulina determinada, presente en las secreciones en las membranas mucosas, como las de la nariz, boca, garganta y pulmones.

Esta inmunoglobulina, la IgA, actúa en tanto que primera defensa contra los organismos infecciosos que penetran por la nariz p la boca. Hallaron que la IgA se relaciona con el estado de ánimo: cuando un sujeto esta triste o deprimido, sus niveles de IgA son más bajos de lo normal. Los resultados sugieren que el estrés causado por sucesos desagradables puede llevar a un aumento de la probabilidad de sufrir unas infecciones de las vías respiratorias altas, al suprimir la producción de IgA.

Los resultados del estudio de Stone y colaboradores fueron confirmados por un experimento de Cohen, Tyrrell y Smith (1991). Estos investigadores observaron que los sujetos a los que se le había administrados gotas nasales que contenían virus del resfriado eran mucho más propensos a padecerlo en el caso de haber vivido situaciones estresantes durante el año anterior o de haberse sentido amenazados, fuera de control, o sobrepasados por los acontecimientos.

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