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Han pasado 40 años de la toma del M-19 a la embajada de R. Dominicana en Colombia

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Por: CINDY A. MORALES.-

BOGOTÁ, Colombia.- Eran las 12:15 del 27 de febrero de 1980. Como República Dominicana celebraba los 136 años de su Independencia, la embajada en Bogotá había hecho una fiesta a la que había invitado a todos los diplomáticos en Colombia.

50 personas, entre ellas 17 embajadores, personal de servicios, cónsules, secretarios y asistentes a la reunión, estaban dentro de la sede de la embajada en la carrera 30 #46-46 frente a la ciudad universitaria o a lo que hoy es la estación de TransMilenio llamada Universidad Nacional. Un solo disparo fue el inicio de 60 días de secuestro por parte de 16 guerrilleros del grupo M-19. 10 hombres y 6 mujeres.

Rosemberg Pabón fue el primero en entrar a la embajada. Lo hizo de la mano de una mujer, también guerrillera, haciéndose pasa por uno de los invitados a la fiesta. Los demás estaban en una parque muy cerca de la embajada jugando un partido de fútbol mientras esperaban el momento para penetrar en la residencia. Llevaban sudaderas de color verde y rojo y las armas las llevaban escondidas debajo de los sacos deportivos.

“El grupo aprovechó el momento en que abría la puerta el embajador de Estados Unidos para que arribara la primera avanzada de tres guerrilleros (…) inmediatamente irrumpieron los demás, haciendo disparos a diestra y siniestra”, informaba EL TIEMPO en la edición del jueves 28 de febrero.

La operación ‘Libertad o Democracia’ fue calificada en su momento como la “más grave registrada en los últimos 32 años en Colombia” y suponía para esa guerrilla el primer ataque masivo contra la población.

Antes de la toma de la embajada, el M-19 había hecho operativos delictivos, pero simbólicos, como el robo de la espada de Bolívar y de 5 mil armas del Cantón Norte. También había secuestrado y asesinado a José Raquel Mercado, presidente de la Confederación de Trabajadores de Colombia (CTC) a quien acusaban de traicionar al sindicato que dirigía.

Con esos antecedentes, los militantes de esa guerrilla decidieron dar un golpe que buscaba la liberación de 311 presos políticos del grupo que se encontraban en las cárceles de Bogotá, Cali, Meta y Bucaramanga. Además, exigían la entrega de 50 millones de dólares.

El primer día uno de los guerrilleros murió en el cruce de fuegos. También resultó gravemente herido el encargado de negocios de Paraguay Óscar Orostiaga, el guardaespaldas del embajador de EE. UU., Pedro Oliveros, y dos civiles más que estaban en el exterior de la residencia.

“La noche cayó sobre el escenario de los acontecimiento con el dramático anuncio del comando denominado “Marcos Zambrano” en el sentido de ejecutar a los rehenes si el Ejército no se retiraba del lugar”, decía en una de las páginas de EL TIEMPO que registró el hecho.

Varios portales indican que el diario La Prensa de República Dominicana reveló durante la cobertura que Pabón, denominado “comandante uno” de la operación,

-Un solo disparo fue el inicio de 60 días de secuestro por parte de 16 guerrilleros del grupo M-19. 10 hombres y 6 mujeres-

  • Eso no pasó, pero los embajadores debieron solicitar a los gritos desde las ventanas de la sede diplomática donde los habían puesto para prevenir ataques de los francotiradores que se retirara la Fuerza Pública.

“Aquí puede ocurrir una matanza”, dijo el embajador venezolano, Virgilio Lovera. También Ricardo Galán, representante de México pidió: “Piden que se retire la Fuerza Pública como la única forma de que se nos garantice la vida a los que estamos aquí”.

Entre los embajadores estaban los representantes de Estados Unidos, Brasil, Venezuela, Costa Rica, México, Uruguay, Austria, El Salvador, Egipto, Guatemala, Haití, Suiza, Israel, Italia, el Nuncio Apostólico y, por supuesto, el de República Dominicana.

La noticia se esparció por el mundo. Y eso era justamente lo que el M-19 quería. Hace unos años, María Eugenia Vásquez, entonces “Emilia”, integrante del grupo que realizó la toma afirmó que querían dar a conocer internacionalmente lo que sucedía en Colombia.

“El objetivo del operativo era cuestionar el sentido de la democracia colombiana. Ampliar al ámbito internacional las denuncias que ya conocía el país sobre las violaciones a los derechos humanos de las personas detenidas por razones políticas; rechazar la competencia de la justicia penal militar para juzgar civiles y exigir la liberación de más de 300 detenidos”, explicaba.

Secuestrar a 17 embajadores era un hecho sin precedentes en Colombia y, por supuesto, que la comunidad internacionales y los medios de comunicación siguieron minuto a minuto los 60 días que duró el plagio.

Tanto la Policía Nacional como marines de Estados Unidos se desplegaron rápidamente en los edificios cercanos a la embajada sin imaginar ni ellos, ni las familias vecinas, que durante dos meses los acompañaría ese panorama.

No hay noticias en directo

A causa del tiroteo los teléfonos de la embajada, de las casas alrededor e incluso del Instituto Agustín Codazzi dejaron de funcionar por lo que la noticia tardó mucho en conocerse y el Gobierno en reaccionar. EL TIEMPO indicó que un intermediario estuvo en ropa interior y con una bandera blanca gritaba los mensajes que daban los guerrilleros.

“La empresa de teléfonos logró ponerlo en servicio recurriendo a un complicado sistema técnico desde la estación central”, decía el diario.

En ese entonces no había protocolos de seguridad, o sí existían no se conocían bien. Quizás por eso es una vez se conoció que los teléfonos funcionaban, EL TIEMPO llamó a la sede diplomática. Al menos se hicieron seis llamadas telefónicas entre las 6:20 p.m. y las 6:40 p.m. donde solo se pudo comprobar que hasta ese momento todos los embajadores estaban bien y que el representante de Paraguay estaba herido.

Las llamadas eran cortas y en ellas siempre se decía lo mismo: “No congestionen las líneas, estamos esperando la ayuda del Canciller”.

En efecto, el gobierno de Julio César Turbay Ayala se comunicó con los guerrilleros a través del canciller Diego Uribe Vargas. Los contactos dieron sus frutos porque el jueves 28 fueron liberadas 13 personas, entre ellas 10 mujeres, un joven de 16 años, y dos heridos.

También se retiró el cadáver del guerrillero muerto que se había identificado como José Raúl Gómez, alias Camilo, pero de quien después se conoció su verdadera identidad que era la de Carlos Arturo Sandoval. Fue el único muerto de la operación.

También se decidió que no habría noticias en directo y que la radio debía suspender las transmisiones radiales sobre la toma de la embajada.

El ministro de Comunicaciones de ese momento, José Manuel Arias, afirmó que no era una “orden perentoria” sino un llamado a la mesura porque la radio “tenía mucha penetración”.

“Seguramente los guerrilleros que tienen tomada la embajada estaban enterándose a través de la radio sobre los movimientos de los cuerpos de seguridad del Estado”, decía el informe de EL TIEMPO.

La suspensión de las transmisiones se produjo a las tres de la tarde del jueves 28 de febrero, pero los periodistas de los noticieros y de cadenas estadounidenses como NBC siguieron en el lugar. De hecho, la prensa nacional e internacional montó un campamento durante los 60 días del secuestro alrededor de la embajada que llamaron Villa Chiva.

«Todos ganamos»

El gobierno designó el mismo día de la toma a una persona del Comité Internacional de la Cruz Roja como mediador, pero los guerrilleros los rechazaron. El 2 de marzo, se autorizaron contacto directo con el comando guerrillero y se designó a los subsecretarios de protocolo de la Cancillería Ramiro Zambrano y Camilo Jiménez, como sus interlocutores. El M-19 tuvo como mediadora a Carmenza Cardona Londoño, alias La Chiqui.

Ese día fue el primero de 24 reuniones que se darían en una camioneta amarilla sin puertas traseras. Los diálogos duraron dos meses.

La toma se seguía como una telenovela y desde el 27 de febrero hasta el 26 de abril, cuando se llegó a un acuerdo hubo días de tensiones y otros de calma, incluso congelación de diálogos por la insistencia de la línea más dura de la guerrilla de que liberan a los presos políticos o matarían a los embajadores.

También, según los reportes de prensa, quedaron anécdotas. Por ejemplo que el apodo de La Chiqui se lo dieron los reporteros a la mediadora de la guerrilla por su baja estatura y su cordialidad con ellos. También que la fortaleza del embajador de Egipto para sobrellevar los días de cautiverio provino del libro de El Corán, que encontré en la biblioteca de la embajada.

Otra más fue el escape que logró el embajador de Uruguay Fernando Gómez Fyns, quien se escabulló la noche del 17 marzo, 18 días después de la toma, por un descuido de los guardias de turno. El hombre saltó por una venta y corrió hacia las tropas del Ejército que acordonaban el lugar.

Sus compañeros siempre le reclamaron por ello, que puso en riesgo la vida de los que quedaban e incluso lo llamaron “cobarde” pues todos habían hecho un pacto para salir juntos de allí. Gómez Fynn volvió a Uruguay y fue recibido como un héroe por la dictadura que gobernaba al país charrúa.

Al final, 15 guerrilleros aceptaron viajar a La Habana a bordo de un avión de fabricación rusa junto con 12 de los rehenes, entre ellos los embajadores de Estados Unidos, Brasil, México, Guatemala, Suiza y el Nuncio Apostólico. Representantes de la OEA los acompañaron para garantizar el operativo final.

La negociación finalizó con el acuerdo de que los captores se irían a Cuba junto con algunos diplomáticos y ese mismo día en el mismo avión, esos embajadores se devolverían a Bogotá. Ninguno de los 311 presos políticos fueron liberados y, de acuerdo con el Gobierno, no se le dio dinero a los guerrilleros. Sin embargo, algunos aseguraron que el M-19 logró que las autoridades les dieran 3 millones de dólares.

“Ganamos todos. Ganó el país”, fueron las palabras del presidente Turbay.

El M-19 haría años después otros golpe, la toma del Palacio de Justicia, que aún enluta al país y que pone dudas sobre uno de los operativos más sangrientos en la historia de Colombia. El grupo guerrillero se desmovilizó en 1990. (Fuente: ELTIEMPO.COM).

(CINDY A. MORALES, Subeditora de ELTIEMPO.COM)