Cennect with us

Opiniones

Déjà vu de una desmedida ambición de poder

Publicado

en

Por José Francisco Peña Guaba.-
El destino me permitió formar parte de la descendencia de un ser humano fuera de serie, el Dr. José Francisco Peña Gómez. Templado como el acero en la fragua de mil vicisitudes padecidas por él desde su nacimiento mismo, obligado por circunstancias adversas a luchar con singular denuedo por su existencia y por su dignidad, defendió sus ideas redentoras con hidalguía y tuvo a mérito la negritud de su piel. A su lado pude ver, oír y valorar el encanto febril de la lucha ardorosa por una causa… así como el dolor agónico ante la traición artera.
Mis primeros pasos los di en años difíciles, lleno de privaciones y riesgos, donde la oposición era nuestro estado natural y el poder una moza inalcanzable para nuestros sueños. En ese infantil momento campeaba gran agitación y hasta miedo, porque las huestes oficialistas impregnaban por doquier, de horror y sangre, a nuestro pueblo.
Los compañeros de lucha de mi padre fueron al inicio como sus hermanos, para mí fueron como tíos. Los unía la pasión por las banderas que defendían, no existían intereses mercuriales, económicos ni de cargo público alguno.
Más llegar al poder provocó la pérdida de la virginidad política. El pragmatismo, el egoísmo y la sinrazón se apoderaron de casi todos en el cuatrienio 1978-1982. ¡Se le prohibió al arquitecto del triunfo que pisara el Palacio Nacional! ¡Hasta intentaron hacerlo desaparecer físicamente! Tantos fueron los agravios que, recién reelectos al poder, en 1982, tal fue el temor y la desazón que le crearon al Presidente de turno los apologistas de la persecución que le indujeron a tomar tan infausta decisión a aquel buen hombre, que prefirió el suicidio ante la llegada inminente de los nuevos inquilinos de la mansión de Gazcue.
Es que el poder obnubila tanto que se pierde el sentido de la realidad; es como si se tomara una poción de súper poderes que permite hacerlo todo, sin reservas ni medidas. Esa situación parece mostrarse a todo aquel que se sienta en la “silla de alfileres.”
Con la llegada al Gobierno comenzó el tránsito de la amargura. Dejamos de ser hermanos y compañeros. El interés por alcanzar y mantener el poder nos convirtió a casi todos en enemigos, ni siquiera en adversarios. El germen de la maledicencia se había aposentado en el alma de quienes, en algún momento, el pueblo había visto como patriotas.
¿Qué pasó, tan extraordinario, que ni siquiera compartir la prisión, el exilio, las angustiosas persecuciones y las privaciones económicas, nada pudo acercar a aquellos hombres? Al único que vi siempre dispuesto al sacrificio, fue a mi padre, porque solo él no ambicionaba el Poder por apetencias personales.
Los vi destruirse unos a otros, lo que permitió que el Dr. Balaguer volviera a subir las escalinatas del Palacio Nacional en el 1986, ¡algo impensable que solo el odio sin sentido de los compañeros del ayer con sus acciones auspició!
Mí querido Salvador no entendió que al darle paso al reformismo se convertía en sepulturero de su prestigio, que el circo vendría y que habría de expiar sus culpas en la cárcel a la que, por conveniencia políticas pasajeras, los que en ese momento eran detentadores del poder lo enviaron. En ese infortunio solo encontró mi amigo Jorge Blanco la mano solidaria y firme de mi padre, mas no así la indulgencia de la dirigencia ni la de las bases de su partido, que no entendieron jamás la entrega del poder de su parte al representante del neo trujillismo.
Pero no contestes con esa situación, ese fue el comienzo de un largo peregrinar, de una profunda separación entre Jacobo y mi padre, dos hombres que se apreciaban, cuya suerte fue casi la misma en momentos aciagos: “al turco” como “al moreno” les persiguieron con insensata pasión los incontrolables de la época.
Ese penoso rompimiento entre dos hermanos, prohijado más por cortesanos que por ellos mismos, los mantuvo alejados durante casi 10 años. Pero la providencia los hizo reencontrarse en el año 1995, ambos con cáncer, ambos con sus cuerpos golpeados por el mal, encaminados sin pausa al llamado del mundo de lo ignoto. ¡Cuando se abrazaron no tuvieron ni que perdonarse! ¡El lapso de separación entre ellos pareció no existir y de repente volvieron a ser los hermanos de siempre! (Claro está, ya no existía el amor por la silla).
Recordar tantos errores cometidos me hace cavilar sobre el hecho de que siempre son los mismos los que reciben los efectos de su propio mal. Como en una suerte de remolino de autodestrucción, en el que la lucha por el poder no tiene medida ni respeta reglas, ni convivencias, no tiene memoria porque no agradece. Continúan siendo válidas las palabras de Tácito, el historiador romano, quien afirmó: “Para quienes ambicionan el poder, no existe una vía media entre la cumbre y el precipicio.”
Todo este introito viene a razón de la separación de dos grandes amigos y compañeros de larga data, Danilo y Leonel, ambos fundadores del PLD, ambos discípulos al igual que mi padre de Don Juan, ambos dedicados como artesanos a la construcción de ese partido, ambos nacidos desheredados de fortuna y de vida modesta, que se abrieron paso con tesón y dedicación al estudio. Ellos, como tantos otros jóvenes valores, fueron seducidos por el mágico influjo de ese insigne forjador de líderes que fue el Profesor Bosch.
Les tocó trabajar 23 intensos y largos años antes de convertir al partido morado en opción real de poder. Fueron los estrategas principales, junto a otros, de lograr el apoyo del Dr. Balaguer a su causa, algo casi impensable. Llegan a mi memoria las palabras de Leonel, Presidente de turno: “Estamos aquí por un golpe de suerte”
Es cierto, pero también lo es que esa suerte les llegó con un partido unido, bien estructurado, integrado por una pléyade de talentosos y muy capacitados, dirigentes laboriosos que tuvieron la destreza de darse cuenta que el reformismo temeroso, sobre todo del “anillo palaciego” de Balaguer, estaría dispuesto a todo por no entregar el poder al PRD y sus aliados.
Observaron que, a diferencia del 1978, ni los americanos ni un “gacetazo» podían garantizarles impunidad. Sabían que no obtendrían el control de la justicia, como se logró en su anterior salida del poder. Les aseguraron que el perredeismo se cobraría la persecución realizada a sus dirigentes, muchos de los cuales en privado hacían entender imprudentemente que el Dr. Peña Gómez, cuando ganara, le entregaría el ministerio público a connotados dirigentes salvadoristas. Cosa incierta de todas formas, porque en mi padre nunca hubo intención de persecución contra nadie, ni profesaba malquerencia alguna.
Pero lo que vieron Leonel y Danilo es parte de la historia misma de la Republica. En todo caso, ambos sabían que quienes gobiernan mucho tiempo necesitan encontrar la vía que les permita entregar el poder con el menor riesgo, como ocurrió a los perseguidos trujillistas amenazados por el Lic. Viriano Fiallo, candidato presidencial de la Unión Cívica Nacional, que prefirieron sumarle un mar de votos al Prof. Bosch y al PRD en su política del borrón y cuenta nueva. Así se reciclaron, haciendo gala de una de las muestras más consistentes de la idiosincrasia del dominicano que ha estado en el poder: buscar y encontrar casi siempre la forma de proteger ante todo sus intereses y su libertad, haciendo uso siempre de su proverbial sentido de la oportunidad.
El reformismo pagó cara su estrategia porque perdieron el espacio de principalía política que en el ayer tuvieron. No obstante, por eso mismo evitaron una incómoda rendición de cuentas e inopinadas visitas al cuartel o al tribunal. Los pragmáticos se impusieron, al fin y al cabo ellos tenían el poder para decidir y lograron sus resultados.
El PLD ha gobernado 20 de los últimos 24 años convirtieron su organización en Partido hegemónico. Controlaron todos los poderes públicos, crearon una nueva clase empresarial que los apoya; han financiado a los sectores vulnerables, que son la mayoría de los electores, mediante programas asistenciales. Han actuado en el plano internacional con cierta independencia a los dictados del norte y le abrieron el paso, con apoyo gubernamental, a otras confesiones cristianas diferentes a la oficial. Convirtieron al Comité Político en el verdadero centro de poder de la Republica, disminuyeron hasta el mínimo la influencia opositora en el nivel Congresual y municipal, han controlado casi todos los medios de comunicación y nadie les niega la capacidad de crear percepciones de control absoluto de cuanto aquí pasa en el imaginario popular.
El PLD-Gobierno no perdería las elecciones por una mala gestión del Presidente Medina. Creo que ha sido una de las mejores. Danilo no puede interpretar el rechazo a que se mantenga en el poder a través de su Delfín Gonzalo Castillo como si fuera un rechazo personal. Se le ha dicho hasta la saciedad que entre la división del partido, el hartazgo de cinco gestiones gubernamentales, el entorno internacional y la franca rebelión de las capas medias, ahí están los motivos verdaderos de esta voluntad popular opositora.
Solo los insensatos pueden argumentar que las gestiones del PLD no han hecho acciones tangibles en beneficio del País. Pero les será imposible torcer esa voluntad del Pueblo, que ya se expresó en las municipales de marzo, donde la oposición obtuvo en total más de un 58% de los votos -sin contar que en la boleta oficialista hay decenas de miles de votos del leonelismo emitido a favor de compañeros de su viejo partido-.
Visto así, sólo recomponiendo el voto peledeista, llevando de nuevo el partido al 6 de octubre, sólo así encontrarán el camino de la reconciliación, ese que tanto anhelan las bases de ese partido. Danilo y Leonel tienen esa responsabilidad histórica.
Al final quienes no lo entiendan, porque estén mareados por las alturas del poder o porque crean que van a cambiar los resultados ya demostrados, en base únicamente al uso del Poder y del dinero, desechando la posibilidad de reconocer los errores, lo único que harán será autodestruirse: solo con una forma que les permita que Leonel clasifique en primera vuelta y encabece la gran alianza en la segunda pudiesen tener alguna posibilidad de triunfo.
Y para aquellos que creen que 20 años no es nada, como la canción de Carlos Gardel, que todos los que de una forma u otra participamos en el gobierno nos iremos a nuestras casas tranquilos y risueños, se encontrarán con la triste realidad de que será todo lo contrario. Cuando despierten y vean que ya no hay cheques, que no hay pasaporte diplomático, ni placa oficial, ni escolta militar, ni servidores personales pagados por la nómina pública; cuando se den cuenta que hasta un simple cabo los puede conducir al cuartel o al tribunal, entonces despertarán con pesadillas, rememorando los tiempos de unidad y acariciando estar de nuevos unidos.
Lo único que de verdad me apena, porque fui su aliado durante 20 años, son las humildes bases de ese partido, que serán las que al fin y al cabo pagarán la torpeza y la sin razón de quienes los gobiernan.
Creo que a muchos que hoy están el poder, esos que se creen súper hombres, terminarán, como lo resumió admirablemente el Dr. Balaguer ante la derrota electoral en el 1978 ‒citando a la Reina Aixa, madre de Boabdil, último rey moro de Granada‒: “Lloras como mujer lo que no supiste defender como hombre.”
Publicidad