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Opiniones

Misiones militares en Haití, cólera… ¿y ahora qué?

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Por Carlos Ricardo Fondeur Moronta.-

Los dominicanos aún no entendemos las razones de porqué la misión de las Naciones Unidas y otras instituciones multilaterales destinadas a resolver el grave problema de gobernanza en la República de Haití, de inmediato llegaron, cruzaron a la zona fronteriza dominicana y arengaron a nuestra nación, que de hecho, culparon a nuestro gobierno del suplicio de la inmigración ilegal de los haitianos.

Cruzaron sin guardar las apariencias de que habían llegado a un país “libre”. Bajaron de sus vehículos blindados y comenzaron a proferir, como siempre, del maltrato a los ciudadanos del vecino país que cruzan la frontera en busca de mejor vida, ya que el concepto legal de “Nacion” caducó hace ya años sin que la comunidad internacional acuda en pos de restablecerla, hacerla habitable, para que sus ciudadanos no se vean compelidos a dejar su lar patrio. Pero no. Vinieron a reprocharnos. Si por ahí comienzan, la isla será, como quieren muchos de ambos lados y de las potencias, todo un caos; un río revuelto donde pescarán los mejores pescadores.

La isla de Santo Domingo tiene en su haber dos casos importantes que las potencias militares y económicas nunca superarán: El haber sido la puerta de entrada a la civilización occidental (el primer guerrillero de América, Guarocuya o Enriquillo, la primera derrota del ejército español fuera de su territorio), y el haber sido Haití la primera nación esclavizada que logró su independencia, a lo que Francia no le perdonará jamás.

Las misiones militares en Haití no han dejado beneficios, ni a la nación vecina ni a la República Dominicana. Para muestra, las estadísticas sobre las obras de reconstrucción, estabilización económica, de seguridad ciudadana que se pueden leer en una sola hoja, y un legado desastroso para el nuestro con las cifras de fallecidos y atendidos en los hospitales dominicanos, con presupuestos extraordinarios de nuestro Presupuesto Nacional y los préstamos internacionales que debieron hacerse para lograr cubrir el déficit presupuestario del renglón salud.

La República Dominicana fue la primera nación en ayudar la emergencia de Haití, no solo porque hacemos frontera terrestre, sino porque las delegaciones internacionales acudieron allí en forma de observadores y, cuando llevaron alguna que otra cosa, ya nuestras estufas móviles llevaban comida caliente a los damnificados del mencionado terremoto. Lo único bueno que hizo las Naciones Unidas (ONU, en español, UN, por siglas en inglés) fue llevar a esa empobrecida nación un grupo de militares que constituían una misión para la seguridad de la población y otra para blindar a los representantes internacionales que fueron allí, muchos de ellos a tomarse fotos, cuales selfies, usando no solo los escombros del terremoto, sino parte de la miseria que éste no pudo ocultar.

Miembros de la Misión de las Naciones Unidas para Haití, MINUSTAH, luego del Golpe de Estado a Jean Bertrand Aristide que se estableció el 1 de junio de 2004 por el Consejo de Seguridad, tropas que sucedieron a la Fuerza Multinacional Provisional (FMP) en febrero de 2004.

En ése entonces, el Consejo de Seguridad de la ONU autorizó una partida adicional a la ya establecida Misión de Estabilización de Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH, por sus siglas en francés), compuesta por unos 3,400 militares, provenientes de varios países de África, específicamente de Nepal, un país cuyas características se asemejan a las de Haití, contrario a los misioneros de Chile que integraban la MINUSTAH y que salieron por la puerta de atrás debido a las constantes denuncias (muchos fueron juzgados en esa nación sudamericana) de violaciones sexuales y acciones denigrantes contra la vida humana. De forma indirecta el sismo provocó más de ochocientas mil personas afectadas por el virus del cólera traído a la isla, de acuerdo con informes especiales emanados por las Naciones Unidas y sus organismos apéndices, por los soldados nepalíes, quienes descargaban sus heces directamente a los canales que sirven de desagües pluviales o escorrentías, que son uno de los procesos naturales o artificiales para llevar el agua de las lluvias hacia el mar, que en la República Dominicana se utilizan para llevar agua a las zonas agrícolas y las escorrentías naturales conducen el agua hacia los ríos.

(El cólera es una enfermedad diarreica aguda causada por la ingestión de alimentos o agua contaminados con el bacilo Vibrio cholerae. El cólera provoca diarrea intensa y deshidratación. Si no se trata, el cólera puede ser mortal en cuestión de horas, incluso en personas previamente sanas. El tratamiento moderno del agua y de las aguas residuales prácticamente ha eliminado el cólera en los países industrializados. Pero el cólera todavía existe en África, el sudeste de Asia y Haití. El riesgo de una epidemia de cólera es mayor cuando la pobreza, la guerra o los desastres naturales obligan a las personas a vivir en condiciones de hacinamiento sin una higiene adecuada).

Hemos aprendido del caso haitiano respecto de cómo tratar el cólera, y hemos aprendido a evitarlo, aunque es imposible dadas las bajas cualidades de la población de la isla para manejar utensilios y alimentos, la disposición de los desechos sólidos y cloacales, aunque aquí en la República Dominicana estamos muy lejos de los niveles profilácticos existentes en Haití. Por lo ocurrido en la isla en los meses y años posteriores al terremoto, hemos tenido que retrotraernos al pasado ingles de las pestes. La epidemia de cólera en Londres de 1854, que mató a más de mil personas de diversos estratos sociales y económicos, pues, toda la peste, las heces y orinas, los animales muertos y las aguas servidas, como en el Puerto Príncipe actual, eran vertidas en el Rio Támesis. Y no solo allí; también eran depositarios de porquerías los ríos Severn, el Trent y el Ouse.

Los dominicanos tenemos vasta experiencia en tratar la historia de las intervenciones, ocupaciones, invasiones, envíos de misiones antagonistas con nuestra Constitución y misiones diplomáticas que vienen solo a traer desasosiego en una población hastiada de que se le tome en cuenta sólo para garantizarse y afianzarse jugosos beneficios morales. Se la quieren pasar como el “chapulín Colorado”, un héroe absurdo. La misión de la ONU, acompañada de un séquito de diplomáticos de Europa, Estados Unidos, Canadá, debió agotar primeramente, una amplia agenda en la vecina Republica, y no cruzar de Oeste a Este para venir a constatar la situación que vive la Republica Dominicana, antes de hacer experticias de todo tipo en aquel país ultrajado por las naciones ricas y hasta por la propia naturaleza, que se ha “ensañado”, por no decir otra cosa, con esa nación.

Haití necesita, en primera instancia, de una ocupación multinacional militar que se coloque al ritmo de las actividades de una misión civil, integrada por ingenieros, arquitectos, médicos, economistas, sociólogos, con planes preestablecidos desde el exterior, que puede ser desde nuestro país, para comenzar a reescribir la historia de Haití desde una óptica modernista y desarrollista, tomando como parámetro la similitud de la Republica Dominicana en cuanto al clima, la fauna, la flora y todo el ecosistema que incluye, sobretodo, lo humano.

QUE NOS DEPARA LA MISION DE LA ONU EN ESTA OCASIÓN?

La experiencia de los dominicanos en las situaciones de calamidad, nos llevan irremediablemente a una revisión de los hechos históricos relacionados con catástrofes, tanto de nuestro país como de Haití y las estrategias de restauración a la normalidad. Cuando el 3 de septiembre de 1930, en las postrimerías de los gobiernos que se sucedían día a día debido a las múltiples conspiraciones contra la seguridad del Estado, ya entrando en vigor la tiranía de Rafael Leónidas Trujillo Molina, penetró a nuestra isla el temible Ciclón San Zenón, de Categoría 4, arrasando cuanto encontraba a su paso, una ciudad como la de Santo Domingo de aquellos tiempos, cuando las ciudades de Sudamérica y los Estados Unidos se desarrollaban vertiginosamente, utilizando en sus construcciones material de resistencia, como bloques de cemento y ladrillos; nuestra capital aún no despertaba y, la ciudad de aquellos tiempos, se asemejaba al Puerto Príncipe de siempre, compuesta por barrios periféricos con casas de adobe y de cartones.

El Ciclón San Zenón arrasó aquellos vecindarios fue más por su pobreza que por la categoría del fenómeno meteorológico. Esto, trajo como consecuencia el avituallamiento político de un régimen que nacía emergiendo de entre los escombros. Allí, los “portentosos” se enriquecieron aun mas, con las compras de materiales de construcción adquiridas en Venezuela, Colombia, Cuba y otras naciones del ámbito caribeño, sustentados en el poder político y militar, cuya historia ampliamente conocemos los dominicanos a pesar del encubrimiento que hacen algunos medios de comunicación e historiadores.

Más tarde, el 29 de agosto de 1979, a pocos meses de la asunción al poder de Silvestre Antonio Guzmán Fernández, el Ciclón David penetró a nuestra isla por la parte occidental, con categoría 5, produciendo unas dos mil muertes y arrasando plantaciones extensas de árboles frutales y de frutos menores y daños considerables a la infraestructura. Otros desastres han sido unos cinco terremotos, ocurridos en la época poscolonial, son los de1887, 1946, 1962, 2003 éste último ocurrido ya transcurridos tres años de ser investido como Presidente de la República a Rafael Hipólito Mejía Domínguez, que asoló con más fuerza que el San Zenón, pero que los desastres fueron mínimos, debido a la modernización y adecuación de los métodos de construcción implementados por nuestros ingenieros y arquitectos y a una visión clara de cara a esos fenómenos por parte de los organismos de socorro, el Colegio Dominicano de Arquitectos, Ingenieros y Agrimensores (CODIA), que vienen de los futuristas gobiernos, como el de Juan Bosch, Joaquín Balaguer, Antonio Guzmán, Leonel Fernández, Danilo Medina y el propio Hipólito Mejía, el concepto de continuidad de la política estatal que han permitido un repunte de las inversiones públicas y privadas, derivadas del clima propicio tanto en el ámbito de lo político, como el de la seguridad de las estructuras frente a las adversidades de la naturaleza.

Lo ocurrido en Haití en el 2010, no se le puede endilgar a ése país. Fue n terremoto que afectó a toda la isla. Era que estábamos parcialmente preparados para lo a ocurrir. El gobierno del doctor Leonel Fernández Reyna tuvo que lidiar con toda la peste que resultó ser las múltiples delegaciones internacionales reacias a brindar apoyo a los más de nueve millones de personas viviendo desde antaño y empeorando con el sismo, en la más extrema pobreza.

El porvenir de Haití es y seguirá siendo sombrío, mientras las potencias ostenten una visión mercantilista y avasallante de ella. Castigada en su diario vivir por los sectores militares, del poder económico y, por ende, político, Haití observa, desde los bleachers, cómo se “maquina” su futuro basado aun en el pasado.

…Y AHORA QUE?

Las misiones militares internacionales trajeron a la isla de Santo Domingo un sinnúmero de problemas, desde violaciones sexuales, maltratos raciales, también fueron depositarios en nuestro suelo del terrible virus del cólera, que todavía mantiene a esa nación hermana como un muladar donde se fermenta el hambre y las enfermedades que acentúan la pobreza y la vida con caracteres infrahumanas.

Lo hicieron los soldados de Nepal y ahora, posiblemente, lo hará Kenia. Al estudiar las características generales de la República de Kenia (o Kenya), lo vemos como un país con pocos niveles de seguridad ciudadana, con poca visión de los patrones fitosanitarios, lo que lo asemejan a los dos (Nepal y Kenia) a la forma y nivel de vida de Haití, lo que lo hizo y los hacen inadecuados para tratar de recomponer lo que ellos en sus propios países han sido incapaces de hacer. Solo basta esperar a que se consuma, como siempre, el plan nefasto de cargarle a nuestra República Dominicana el fardo pesado e indecoroso de echarle la culpa a los habitantes de la parte occidental, de cuanto vuelve a suceder en la parte oriental de la isla.

La epidemia de cólera en Londres de 1854, que mató a más de mil personas de diversos estratos sociales y económicos, pues, toda la peste, las heces y orinas, los animales muertos y las aguas servidas, como en el Puerto Príncipe actual, eran vertidas en el Rio Támesis.

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