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Opiniones

Un país lleno de intelectuales

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Por Carlos Ricardo Fondeur Moronta.-

Santiago de los Caballeros.-Los medios de comunicación masiva, sea web o escritos, o ambas a la vez, mantienen la tradición de lectura de aquellos tiempos, cuando la gente leía, estudiaba, investigaba y daba seguimiento a los acontecimientos que hacen la historia.

Asistía a una conferencia magistral del eterno poeta Mateo Morrison, en el Paraninfo de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, año 1977 o algo así, acerca de la influencia de la literatura en la sociedad, siendo allí cuando conocí al malogrado periodista y catedrático Narciso González (Narcisazo), mientras se discutía sobre la participación de la intelectualidad nacional en los diferentes foros donde se trataba el aspecto de la influencia de los medios de comunicación en la sociedad. Y no era para menos, ahí estaba, sentado en un banquillo, Leonel Fernández y a su lado otro banquillo donde él ponía sus apuntes.

La gente, la generación de jóvenes del 2000 no lee. Ni escucha. Ni entiende de nada, pero existe aún una pléyade intelectual que se mantiene incólume, expectante ante los acontecimientos que generan cambios eventuales en el mundo de hoy y resultaran en la influencia positiva del aprendizaje de la época.

La intelectualidad actual pertenece a la época de los años 60s, nacidos en los 40s, ya que aún perduran y se mantienen activos la mayoría de los catedráticos, profesionales de alta jerarquía y políticos que han hecho historia y que todavía publican de manera virtual o escrita, sus diferentes inquietudes sobre los aspectos de la vida sociopolítica y económica. Tenemos a Marino Vinicio Castillo (Vincho), Mateo Morrison, Juan Bolívar Díaz, Luis Eduardo Lora (Huchi), Ivan Rodriguez, Narciso Isa Conde, Ramón Antonio Veras (Negro), Hipólito Mejía, Haffe Serulle y otros tantos intelectuales que nos alumbran con su personal, distinta, pero intrínseco pensamiento.

Mucho se ha escrito en los últimos años acerca de la inmensa cantidad de pensadores, científicos, políticos, artistas, escritores que tiene la República Dominicana, muchos de ellos haciendo su trabajo intelectual de manera independiente. No existe una casa, un medio de comunicación destinado a la participación de manera activa que procure mantener viva las enseñanzas y el ejemplo que nos legó nuestro insigne pensador Pedro Henríquez Ureña, escuela de donde hemos surgido en todas las generaciones, desde el más versado hasta el de menos méritos.

La creación de un Taller Intelectual Permanente, con casas dispuestas para la presentación de puesta en circulación de libros y folletos, la discusión permanente de los diferentes temas que sus miembros presenten, la coordinación de publicaciones colectivas y la incorporación legal como entidad declarada como Fundación, que procure la obtención de fondos de manera permanente del Estado y donde además, confluyan de manera puntual otras fundaciones, como el Instituto Duartiano, la Fundación Héroes de Constanza, Maimón y Estero Hondo, entre otras.

Propongo, que tal iniciativa esté compuesta por los presidentes de las fundaciones antes mencionadas y por el notable poeta y ensayista, creador y Director histórico del Taller Literario Cesar Vallejo, todos con vasta experiencia en la coordinación de talleres y conferencias sobre temas puntuales de la actividad civil dominicana.

CASA DEL INTELECTUAL DOMINICANO

Las zonas seguras de los centros históricos y/o coloniales de las ciudades dominicanas tienen decenas de casas abandonadas por sus dueños, las cuales de alguna manera son regenteadas por instituciones públicas y privadas que cuentan con el concurso del empresariado y del Estado, como Patrimonio Cultural, edificios y casas que bien podrían destinarse una en cada ciudad, para la creación de espacios libres, donde nuestra juventud y las generaciones por venir, se mezclen de manera química con la intelectualidad nacional y dejemos de ver a nuestros pensadores como entes de difícil acceso. La mayoría de esas edificaciones son utilizadas para albergar malandrines, drogadictos y personas de diferentes géneros en busca de placer sexual. Otras, son alquiladas y hasta vendidas ilegalmente a familias que de hecho se convierten en terceros adquirientes de buena fe y a titulo oneroso, lo que los hace invulnerables a demandas judiciales luego de la devolución del inmueble. Una lucha constante contra esos mafiosos es arrebatarles las desvencijadas casas, muchas de ellas coloniales y pos coloniales, es utilizarlas para el bien común de la sociedad donde se localizan; una idea factible es colocar allí entidades culturales y de recreo para toda la familia, que mantengan una actividad comercial que facilite y obligue la intervención permanente de los organismos de seguridad ciudadana y de esa manera lograr mantener vivos los valores de nuestra intelectualidad.

Hemos revisado las opiniones externadas por Carlos Andújar Persinal, (Acento. 18 de diciembre 2017), donde expone: “El intelectual nuestro en muchos casos, proviene de capas medias y media baja, que los obliga a alquilarse y en consecuencia a lidiar entre el poder social, el oficio o vocación y la búsqueda de medios de vida”, revela la necesidad de protección institucional de nuestros intelectuales, ofreciéndoles facilidades para el estudio y divulgación de su pensamiento y se les brinde protección social y económica, que bien podrían ser obtenidas de los dividendos que nos proporcionan las minas; una migaja de ello nos situaría como país moderno en vía de pleno desarrollo, a igualarnos con países que protegen sus cerebros.

El articulista [email protected] (Diario Libre, 8 de febrero 2013) dice de manera clara y precisa: “Los intelectuales dominicanos deben poner sus capacidades al servicio de sus comunidades, no como expertos arrimados a una elite política, sino como facilitadores del proceso comunicacional liberador y como estimuladores del debate que conduce al descubrimiento y construcción de verdades éticamente defendibles”, exponiendo la magnitud de la fuga de nuestros insignes escritores hacia un simple rincón de la historia.

Con la asesoría de Mateo Morrison, el periodista Germán Matías, otros miembros y quien escribe, fundamos en el año 1981 el Taller Literario Carmen Natalia, versado en el estudio de la Poesía Sorprendida, cuyo origen en los años 40s se debe a Domingo Moreno Jiménez. Desde entonces, varios grupos de jóvenes poetas han tratado de mantener talleres literarios sobre la vida y obra dicha poetiza. El proyecto sucumbió ante la falta de apoyo de la intelectualidad de aquellos tiempos en la ciudad de Santiago de los Caballeros. La falta de talleres permanentes regidos por una entidad liderada por los más encumbrados escritores dominicanos, bloquea el avance de los estudios de la vida y legado cultural de las primeras generaciones de nuestra intelectualidad.

Tenemos un país entero, lleno de intelectuales de todo tipo y clase social, cada quien desde su propia trinchera sin poder salir a la refriega.

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