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Lea la opinión del historiador Manuel Núñez sobre el libro «De Duarte a Balaguer» autoría de Quique Antún

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DSC_0312POR MANUEL NÚÑEZ.-

En la obra que hoy ponemos en circulación, De Duarte a Balaguer, el ingeniero Federico Antún Batlle se ha aproximado a un enigma, en el que habían quedado muchas cosas en penumbras.

Durante la Era de Trujillo, el culto a la personalidad y el endiosamiento hicieron que muchos dominicanos llegaran a pensar que ese personaje había franqueado las puertas de gloria, y que era superior en méritos al propio fundador de la nacionalidad, Balaguer, en un arranque de coraje y de valentía, pues era casi imposible elogiar a nadie que no fuera Trujillo, decide escribir una biografía novelada del Padre de la Patria, colocándolo muy por encima de las figuras políticas de la historiografía dominicana. Y, desde luego, muy por encima del generalísimo Trujillo. Eso en aquella era donde reinaba la adulación, el sometimiento, el culto a la personalidad, era ya una hazaña. De esa coincidencia historiográfica nace manifiestamente el título de la obra que se da hoy a la estampa. En la que aparecen unidos, el pensamiento de Duarte con la figura de su primer biógrafo, Joaquín Balaguer.

DESDE HACE MUCHO, una gran porción de dominicanos se pregunta en los mentideros intelectuales y cenáculos políticos, ¿quién era Joaquín Balaguer? Muy poca gente tuvo acceso a la intimidad del hombre, ni sus parientes ni sus Secretarios y asistentes pudieron penetrar en el trasfondo de su pensamiento. Aquellos que mañana procuren escribir su biografía, sin duda la más apasionante sobre hombre político alguno que haya existido en América, hallarán que era una personalidad compleja, escurridiza, hermética. Balaguer tomó decisiones graves, amenazado por el vendaval de las venganzas y los castigos políticos, que le abrieron la brecha para sobrevivir políticamente. Al igual de Tayllerand, durante muchos años llevó una máscara, sin mostrar su verdadero rostro, aprendiendo, porque nunca dejó de estudiar, el manejo del Estado, el comportamiento de los hombres, la vida de las Cortes en los gobiernos absolutos, y fue adaptándose a los remezones, caídas y ascensos . Porque lo aprendió en El Político de Azorín, en el Criterio de Balmes, en El Principe de Maquiavelo y tantos grandes clásicos.

El estudio de los hombres y de la historiografía lo convirtieron en un psicólogo. Tuvo que capear como un experimentado torero todas las añagazas y ardides de sus adversarios, y a todos se impuso con increíble facilidad. Lo que más impresiona en Joaquín Balaguer es su determinación, su disciplina, su vertiginosa capacidad de trabajo, su sobriedad y su arrojo. Cantidades de acontecimientos pueden ilustrar cuanto acabamos de decir.

Los que han tenido la fortuna de penetrar en los recuerdos de este hombre, que resulto ser unos de los factores de poder más importantes de la República Dominicana, que se mantuvo en el candelero durante más de sesenta años y gobernó constitucionalmente por veintidós años el país, quedarían asombrados, si algún día descubriesen al hombre de la intimidad. Más de tres generaciones de dominicanos lo han visto, lo han oídos en las diversas etapas de su vida: los ancianos, los adultos y los nietos; las hemerotecas se hallan abarrotadas de informaciones, fotografías, entrevistas, intervenciones, discursos, reportajes sobre el más influyente líder dominicano de la etapa democrática, y sin embargo para ellos, podría quedar, igualmente, como un perfecto desconocido.

Volvamos a la incógnita ¿Quién era Balaguer? Al parecer, era un hombre visionario, de una sobriedad espartana, en las habitaciones en donde vivía se amontonan recuerdos, libros, cartas de amigos escritores, fotografías de sus íntimos y algo más: descubrimos que era devoto secreto de D. Gregorio Hernández, el médico venezolano. De Gregorio hay muchas imágenes: estatuillas en yeso, en bronce, camafeos, medallones. Sus retratos nos sorprenden en los más inesperados rincones de la casa; en el comedor, encima de un bargueño; en el tocador, en el baño; hay, desde luego, varias reproducciones de la Virgen de Altagracia; y de la imagen del ecce homo, el Cristo yacente.

Durante muchos años, Balaguer hacía una pausa y salía de su Despacho los domingos a la capilla del Palacio para escuchar la misa. Monseñor Arnáiz confesó que un amigo suyo lo sorprendió en una Iglesia de Nueva York, contemplando el Cristo yaciente. Fuera de estas imágenes no hubo nunca en Balaguer sobreactuación religiosa ni poses teatrales. Y sin embargo, mantenía firme sus creencias, sus convicciones, la idea de todo lo que nos pasa es parte esencial de un plan divino, el destinismo y el mantenimiento de una fe sin intermediarios, eran parte de su mentalidad. Y esto se muestra cuándo examinamos los magníficos retratos que nos hace de Monseñor Meriño, Monseñor Nouel y algunos sacerdotes que vivieron gran porción de sus vidas entre nosotros como Monseñor Pittini o el padre jesuita Luis González Posadas. Su devoción por Dios o por lo divino no era transferible al clero.

En esta obra, el ingeniero Antún Batlle trata de despejar la incógnita. Nos dice rotundamente que Balaguer no tenía intimidad, que su vida pública había anulado la vida privada “El político a tiempo completo, dedicado en cuerpo y alma a la causa de la República, no tendría en ninguna circunstancia los beneficios esenciales y calurosos de la intimidad.Es así, como se explica que a sus noventa y seis años de existencia, Balaguer no haya contraído matrimonio y no haya formado un hogar. Ninguna dominicana ni ningún dominicano pueden imaginar a Balaguer bailando un pimentoso merengue ni un amoroso bolero.

Ya se sabe que su casa santiaguera, herencia legada por su padre, la donó a las hermanas adoratrices, que la casa de la Máximo Gómez, 25, sitio emblemático de peregrinación política, fue cedida a la Liga contra el Cáncer, que su Biblioteca y los muebles que ella tenía fueron entregados a la magnifica biblioteca de la Universidad Pedro Henríquez Ureña; la casa de descanso, metida en el bosque de Guagüi fue entregada a la Universidad de la Vega; no se dedicó a acumular fortuna y vivió siempre sin ostentaciones, sin lujos de ninguna índole. He aquí un nuevo rasgo: el desprendimiento de las cosas materiales. Lo único que lo atrajo, además de sus lecturas, era el poder. Cultivó en muchos casos, la imagen de un hombre impenetrable, de una absoluta sobriedad verbal; no creyó ni se dejó seducir por ideas fantasiosas y abstractas.

Nunca vivió contra nadie. De modo que muchos de los hombres que algunas veces obraron como enemigos, terminaron sirviéndole y, en muchos casos, admirándole. Así, el general Imbert, que propugnó por su salida del país en 1965; fue, andando el tiempo, ascendido a Mayor General y llegó a ser Secretario de las Fuerzas Armadas y Administrador de la mina de oro de Pueblo Viejo en sus Gobiernos. El General Elías Wessin y Wessin, exiliado tras un fallido Golpe de Estado en contra de su Gobierno. Al cabo del tiempo, fue nombrado Secretario de las Fuerzas Armadas en uno de sus Gobiernos y se convirtió en un aliado leal de su partido.

No hay tampoco en Balaguer fanatismos ideológicos. Fue Balaguer, el primero en iniciar los intercambios comerciales con Cuba, se reunió en varias cumbres con Castro, y ejerció libertades que el PRD, en sus primeros gobiernos, no llevó a cabo; en su abandonado despacho se hallan las fotografías de Balaguer con líderes políticos de idearios adversos, sin modificar un àpice sus principios democráticos y pluralistas.

Toda la historiografía actual que se lee en el país, ha sido escrita por personas que han dedicado toda su vida a combatirlo y a denostarlo. Conocemos varios que hicieron de la destrucción personal de Balaguer su santo Grial. Un enemigo al que era preciso aniquilar. Es una pena que nuestra historiografía haya sido contaminada de ideología. Con esas visiones, totalmente desconectadas de la realidad no se contribuye al esclarecimiento de la verdad.

Una de las verdades mayores que campan por sus respetos en la obra del Ingeniero Quique Antún es que el Presidente Balaguer es uno de los hombres más calumniados del país.

Entre el florilegio de mentiras que se han vertido recuerdo un pasaje que ha sido empleado con mala fe y metiendo la mentira como arma. En la Asamblea Nacional, Balaguer proclamó que si su mantenimiento en la Presidencia era un obstáculo para que el Presidente Nixon otorgara a la Republica Dominicana una mayor cuota azucarera, él estaba dispuesto a renunciar.

Desde luego la frase no suscitó ningún tipo de sobresalto en la Embajada estadounidense ni en sus partidarios que sabían perfectamente que se trataba de una frase política. He visto luego en libros de historia contemporánea presentarlo de forma rotundamente falsa, diciendo que Balaguer estaba dispuesto a renunciar si Nixon se lo pide, ignorando el sentido de la frase que coloca el bienestar del país muy por encima de ambición del poder.

En otra ocasión, igualmente, ante la Asamblea Nacional, el Presidente Balaguer dijo que a lo largo de la historia “la Constitución había sido un pedazo de papel”. Cosa, por lo demás, que no necesita demostración, pues así ha sido. Federico Guillermo III rey de Prusia pronunció esta frase, el 2 de mayo de 1815, porque le había prometido una Constitución a los prusiano, tras la derrota de Napoleón y luego se olvido de su promesa. Se trata, además, de una cita historiográfica.

A paso de vencedores. Fue una frase pronunciada por Antonio José de Sucre, en la batalla de Ayacucho, llamada la madre de todas las batallas de las Independencias.

La suerte está echada. La frase fue pronunciada por Julio César, cuando cruzó el Rubicón, con el objeto de volver a Roma, con escasísimas esperanzas de triunfo.

En 1961, Balaguer disuelve el Partido dominicano; el instrumento de manipulación política de la dictadura queda formalmente abolido; sus bienes fueron repartidos, todas las utensilios, bisuterías y prendas empeñadas en los Monte Piedad fueron devueltos a sus propietarios; se repartieron máquinas de coser y se legalizaron los partidos políticos de oposición; se le devolvió el nombre a la ciudad de Santo Domingo, llamada en ese punto y hora Ciudad Trujillo; se denunció el régimen anterior ante las Naciones Unidas como una afrenta ante el derecho internacional. Un régimen en el que él había sido una figura preponderante. Todavía permanecía en el país el general Ramfis Trujillo y los truculentos hermanos del dictador. Traidor, le coreaban los leales a Trujillo. Balaguer sabía que se estaba jugando la vida; en varios de los interrogatorios de los conjurados, concretamente, en el que se le hizo a Pedro Livio Cedeño, se barruntó que Balaguer estaba al tanto de la conjura del 30 de mayo, y en algún momento, tras el vía crucis y fusilamiento de Pupo Román, Balaguer que ya no contaba con el favor de la familia directa de Trujillo, estuvo a punto de ser ejecutado. Los hechos no tomaron estos derroteros, porque las sanciones que pendían sobre el país mantenían retenido el pago de las exportaciones de azúcar de los ingenios de Trujillo, más de veinte millones de dólares, y el general Ramfis sabía que el asesinato de Balaguer frenaría definitivamente ese propósito.

Balaguer concluyó la destrujillización del país. Nadie ni sus hermanos ni sus hijos podían encarnar la avasallante personalidad de Trujillo. El trujillismo sin Trujillo era un autoritarismo vacío de sustancia, sin ideario, sin porvenir. Convocó a los partidos para las primeras elecciones libres; obtuvo la salida de toda la familia Trujillo y se mantuvo como viejo capitán en las aguas procelosas y turbulentas, generada por la caída de una dictadura de más de treinta años; para manejar las ambiciones de políticos impacientes; creó el Consejo de Estado, y colocó a uno de sus archirivales como vicepresidente, Rafael F. Bonnelly. A poco de esta medida, fue inmediatamente destronado, acusado ante los tribunales y colocado en un paredón moral por sus enemigos.

¿Podían alguien siquiera imaginar que Joaquín Balaguer, el hombre que salía de la Nunciatura de la Santa Sede al exilio en 1961, al que llamaron pelele, muñequito de papel, cinturita de mujer y otras lindezas, podría alguien imaginar que ese hombre volvería al poder al cabo de unos años y se convertiría en el más importante factor de poder político en la República Dominicana hasta el 14 de julio de 2002?

Balaguer no es un hombre sobrehumano. En política, la fuerza no se mide sólo en las convicciones, en los principios, en la determinación sino que se deduce por igual de la debilidad, de las torpezas, la incompetencia, del desprecio por el trabajo de muchos de sus enemigos y adversarios. Su fortaleza es directamente proporcional con la debilidad de sus enemigos.

Le toco a Joaquín Balaguer gobernar en un país fatalmente dividido por los odios. Los intelectuales de aquel momento le negaron su respaldo. La Universidad de Santo Domingo lo expulsó en un acto desprovisto de solemnidad, y desdeñaron cualquier colaboración con su Gobierno. En la concepción de los hombres de aquella época, había que romper con la sociedad de la propiedad privada, la libre empresa y el pluralismo, para implantar otra nacida de la felicidad producida por una ideología. Eso llevó a muchos a constituirse en grupos de acción directa; hubo varias guerrillas, secuestros de aviones, de diplomáticos estadounidenses, se libraron combates en las montañas; se desarrolló un poderoso movimiento insurreccional que quería echar por tierra el gobierno constituido. Se dispuso en aquellas circunstancias a mantenerse en poder y a iniciar una vasta transformación de la economía del país. Fue entonces cuando se propuso el programa agrario. No fueron pocas las reticencias, las oposiciones abiertas de grupos poderosos contra lo que entonces se consideraba el mayor problema en sociedades en donde el 70% de la población se hallaba radicada en el campo, viviendo en condiciones miserables. Tenía la clarividencia estratégica. Y una prueba contundente de ello es que en otras sociedades, de estructura semejante a la nuestra, de gobiernos democráticos recalcitrantes a las reformas fueron arrastradas a la guerra social, tal fue el caso de El Salvador.

Nos dice Quique Antún una verdad de a puño. A Balaguer se le amaba hasta el delirio o se le vituperaba hasta la execración (pág. 45). Fue el más idolatrado y también el más vituperado de nuestros caudillos civiles. A nadie dejaba espacio para la indiferencia. Con su estilo y su conducta, obligaba a la opinión pública a tomar partido y a definirse frente a él. Fue el más odiado de los hombres públicos que recuerden nuestros anales. Sus adversarios lo estigmatizaron hasta la caricatura.

En Balaguer hay tres caras. La del intelectual, nunca dejó de describir ni las obligaciones del poder pudieron arrancarlo de la expresión literaria de su pensamiento; el político, incansable, sin ambiciones materiales pero con una ambición de poder sencillamente irrepetible en nuestra historia y al estadista que ha marcado la transformación de la República Dominicana que conocemos.

Durante una enorme porción de su Gobierno vivimos en una economía centrada en la producción azucarera, cuando se anunció que los mercados preferenciales del azúcar se iban a encoger como una piel de zapa, y varios políticos anunciaron a bombos y platillos, el advenimiento de una ruina indefectible, Balaguer comenzó a organizar el polo turístico de Puerto Plata, nadie tenía fe en el turismo; no había ni siquiera había una Secretaría de Estado, y sin embargo, hoy después de la enorme infraestructura que él apuntaló: aeropuertos y enclaves, no podemos concebir la vida dominicana sin este factor verdaderamente indispensable en nuestra economía.

Balaguer entendió siempre que gobernar era, esencialmente, crear empleo. Y en todos sus programas de viviendas, parques nacionales, avenidas utilizó una enorme cantidad de mano de obra dominicana para cambiar las circunstancias verdaderamente difíciles que vivían los dominicanos. También comprendió que nuestra economía no soportaría una estructura, basada en la importación de los alimentos, de ahí que su vasto programa de presas para abastecer de agua, de energía y para agricultura constituía unos de los grandes logros. Balaguer, al igual que Napoleón III, es el creador de las grandes obras: todos los parques nacionales, las 22 de las 32 presas que embalsan nuestros ríos; las grandes avenidas y expansiones de la ciudad, los aeropuertos, la plaza de la cultura, la plaza de la salud, la infraestructura escolar, la restauración y rehabilitación de la ciudad colonial.

De Balaguer habrá que escribir una intensa biografía, que esté a la altura de hombre. Quiero concluir con sus propias palabras

La historia de todo hombre es una suma de aciertos y de errores. Muchas de las cosas que nos hicieron más infelices en la vida pudieron ser evitadas. Muchas decisiones tomadas en el momento oportuno nos hubieran ahorrado grandes sinsabores. Los propios actos de traición y las ingratitudes de que fuimos víctimas en el curso de nuestra existencia, son el producto de nuestra imprevisión y de nuestra fe excesiva en la decencia ajena.

Ante la conciencia del fin, y del juicio de sus contemporáneos Balaguer escribió:

Llegamos inevitablemente al final de nuestra existencia con la insatisfacción de que sólo alcancemos a vivir una vez ¡Qué hermosa sería la vida si pudiéramos repetirla, una segunda vez, con la experiencia ganada en la primera.

*El historiador fue uno de los participantes en el coloquio sobre la obra «De Duarte a Balaguer», puesta en circulación el pasado miércoles en el Anfiteatro de la Universidad Católica de Santo Domingo (UCSD), en el que también habló el historiador Juan Daniel Balcácer.

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